29 marzo 2006

ARGUMENTOS LAICOS

[En los debates sobre la presencia de la religión en la vida pública se invocan a menudo palabras a las que se atribuye un significado que en su origen no tienen. Con la idea de relegar la religión a la vida privada, se da por supuesto que tales términos solo pueden ser entendidos de un modo que justifica esa pretensión. Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, aborda algunos de estos términos en un artículo publicado en un número de la revista "Persona y Derecho" dedicado a "Laicidad y laicismo" (1). Reproducimos un resumen publicado en Aceprensa (nº 30/06, 15-21-III-2006).]

#286 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Andrés Ollero, Catedrático de Filosofía del Derecho
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Confesionalidad

Se entiende por Estado confesional aquel que se vincula a determinado credo religioso, comprometiéndose a trasladar al orden civil sus exigencias sociales y políticas tal como sean expresadas por la jerarquía correspondiente. La historia constitucional española suscribe tal confesionalidad hasta 1978, con el único paréntesis de la II República; salvo el ocasional reconocimiento de libertad religiosa a los extranjeros, haciendo extensivo dicho trato a los españoles no católicos, en la de 1869.

Expresión arquetípica de dicha confesionalidad fueron las Leyes Fundamentales del franquismo; ello llevó al Estado español a promulgar tardíamente una ley de libertad religiosa, en confesada obediencia a la doctrina establecida por el Concilio Vaticano II al respecto.

La afirmación con que arranca el artículo 16.3 de la Constitución española (CE) -"Ninguna confesión tendrá carácter estatal"- establece una neta aconfesionalidad.

Se utiliza, sin embargo, en ocasiones el término "confesional" de modo mucho más amplio y genérico. Se califica en estos casos como tal a toda medida de los poderes públicos que suscriba contenidos ético-materiales de raíz ideológica o religiosa. Esto -aparte de hacer más complicado el debate- podría invitar a dar por hecha la posibilidad de que existan medidas de los poderes públicos que, por su neutralidad, no asumirían contenido ético-material alguno; lo que resulta difícilmente imaginable.

Se va aún más allá cuando se rechaza una "confesionalidad sociológica", entendida como el fáctico reflejo social de las propuestas de determinadas confesiones. En clave laicista, llega a afirmarse que no basta con que los poderes públicos guarden una exquisita separación respecto a las confesiones religiosas, sino que habrían de mantenerse también separados de la sociedad en la medida en que ésta refleje connotaciones religiosas. La presencia de autoridades en actos públicos de carácter religioso se convierte en el "test" más socorrido al respecto. Esta separación entre Estado y sociedad parece desafiar los más elementales principios de la democracia liberal.

Convicciones

La afirmación de que no cabe "imponer las propias convicciones a los demás" ha demostrado en el escenario español una peculiar contundencia argumental no exenta de algún que otro estrabismo. Cuando se habla de "convicciones" parece pensarse de inmediato en los creyentes (sobre todo en los católicos, que multiplican por veintisiete el porcentaje del resto de las confesiones). Ello encierra una doble tesis realmente sorprendente: los no creyentes serían ciudadanos sin convicciones; de ahí que se dé por hecho que no pueden imponerlas. Como consecuencia, precisamente por no estar convencidos de nada, su opinión debería ser decisiva a la hora de establecer un consenso democrático. Al margen de toda neutralidad, ese presunto cero en convicciones se sitúa a la derecha, multiplicando así el valor de sus propuestas.

Dentro ya de este simpático juego, no faltará una auténtica caza de brujas contra todo aquel del que quepa sospechar que está más convencido de la cuenta. Se atenta así a la laicidad, dando por hecho que sus opiniones no son sino el trasunto de los dictados de una jerarquía eclesiástica de la que, al parecer, estaría prisionero. Estas actitudes inquisitoriales convierten en la práctica en papel mojado el mandato del artículo 16.2 CE: "Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias".

Tal intento de convertir a los creyentes en ciudadanos de segunda categoría no dejaría de ser una curiosa anécdota, si no fuera porque parece acabar siendo interiorizado por sus presuntas víctimas. Aunque suele atribuirse a propósitos laicistas de determinados ambientes políticos y culturales dicha situación, pienso que ésta se alimenta sobre todo de un laicismo autoasumido. No son pocos en España los católicos que parecen convencidos de que llevar al ámbito público planteamientos acordes con sus propias convicciones equivaldría a pretender imponerlas a los demás; el resultado no puede resultar más pintoresco: acaban dejando que sean las de los demás las que se impongan en el ámbito público, e incluso colaboran explícitamente a que así ocurra. Arquetípico al respecto es la piedra filosofal para, temiendo ser considerado de derechas, parecer de "centro": suscribir lo que sobre el particular diga la izquierda; pues qué bien...

Ética civil

El intento de solventar el transvase de convicciones al ámbito público mediante la distinción entre la esfera de lo privado, donde cada cual podría actuar con arreglo al concepto material de lo bueno al que convencidamente se adhiera, y otro público, meramente formal y procedimental y ajeno en consecuencia a dichos aspectos, está condenado al fracaso.

No resulta, por una parte, concebible una regulación de la convivencia social meramente procedimental, al resultar inviable toda neutralidad ante determinados dilemas; por otra, la misma definición de qué debería o no ser objeto de privada decisión (en defensa de la intimidad) y qué de dictamen público (en garantía del bien común) obliga ya a plantear con toda radicalidad un debate sobre lo que se considere o no bueno; por más que se lo pretenda transvasar a otros términos de alcance presuntamente más formal como "correcto" o "coherente".

Como consecuencia, el establecimiento de una ética civil, que cobrará en su dimensión jurídica una relevancia particularmente vinculante, obliga a trasladar a lo público planteamientos éticos "comprehensivos" e impide el enclaustramiento en lo privado que propone el laicismo. Dicho traslado, para resultar convincente, ha de apoyarse en una argumentación compartible de modo general. Adivinar que junto a dichos argumentos, e incluso con mayor relevancia para el que los esgrime, juegan motivaciones de orden religioso resulta absolutamente irrelevante; salvo que se pretendiera emprender una caza de brujas incompatible con el veto a prácticas inquisitoriales que recoge el artículo 16.2 CE.

Particularmente improcedente resulta esta actitud cuando se pretende descalificar popuestas de ciudadanos católicos, dado que su religión asume la existencia de una ética (privada y pública) natural y racionalmente cognoscible, sin necesidad de recurso a lo sobrenatural. Algunos, no obstante, aducirán que tal ética o derecho natural no es sino un elemento religioso más sin mayor fundamento "in re". Quien así argumenta se muestra sorprendentemente convencido de que él sí sabe qué posturas podrían contar con tal fundamento. Sería la paradójica postura del llamado "positivismo jurídico" en no pocas de sus versiones.


Desde esta perspectiva positivista, la propuesta de que se imparta en la escuela una "Ética de la ciudadanía" obligatoria para todos, sustraída a la libre elección de los padres garantizada para los aspectos morales por el artículo 27.3 CE, lleva a un círculo vicioso. O bien existe una ética objetiva racionalmente cognoscible, que permitiría una impartición neutra ajena al concepto de lo bueno de quien la imparte, y su posible imposición a quien defendiera subjetivamente otra; o bien sólo hay opiniones subjetivas que impedirían generalizar dicha enseñanza o convertirían en una auténtica ruleta rusa el contenido doctrinal que, al margen de la opinión de sus padres, el alumno acabaría recibiendo.

Sólo un iusnaturalista -confeso o no- podría en consecuencia formular de modo coherente una propuesta de ese tipo. (...)

Igualdad

Principio particularmente invocado a la hora de denunciar presuntas discriminaciones de las confesiones minoritarias, como consecuencia de la cooperación encomendada a los poderes públicos.

Se trata de uno de los aspectos en los que la equiparación de la libertad religiosa con la ideológica resulta más expresiva. Así, por ejemplo, las apelaciones a la "igualdad religiosa" habrían de entenderse de forma similar a posibles apelaciones a la "igualdad ideológica"; o sea, que resultarían ininteligibles. No hay noticia de que nadie, invocando tal igualdad, haya propuesto que todos los partidos políticos reciban idéntico apoyo de los poderes públicos, sea cual sea el número de votos obtenidos; ni menos aún preconice una "acción positiva" destinada a equilibrar sus resultados. Tampoco se ha considerado inconstitucional el peculiar tratamiento otorgado en nuestro sistema a los sindicatos "más representativos".

La existencia de discriminación no se identifica, como es bien sabido, con la mera desigualdad fáctica; exige la inexistencia de "fundamento objetivo y razonable". En este caso el fundamento existe y aparece de modo expreso en el propio texto del artículo 16.3 CE. Por más que se invoque la neutralidad del Estado, no cabe pretender que la acción de los poderes públicos tenga una repercusión uniforme en todos los individuos o grupos.

Tal pretensión es, por el contrario, típica del originario laicismo revolucionario, que considera como una amenaza para la igualdad la existencia de grupos intermedios entre los individuos y el Estado. Al ser las confesiones religiosas uno de los más consistentes, se establece su obligada reclusión en el privado claustro familiar y su expulsión del ámbito de lo público. Expresión arquetípica de ello es la polémica prohibición de que escolares o profesores puedan exhibir signos religiosos. (...)

Laicidad

Frente a la propensión del laicismo a identificar lo laico con la ausencia de todo elemento religioso en la vida pública, se ha planteado la conveniencia de dar paso a una "laicidad positiva" (o "en positivo", de acuerdo con la jerga política en vigor). No ha dejado de afirmarse que la laicidad fue una creación cristiana. Frente a la habitual identificación precristiana de religión y poder político, el "dad al César lo que es del César..." o la renuncia a constituirse en juez en un conflicto privado marca un ámbito de juego en el que la jerarquía eclesiástica renuncia a intervenir. En tal sentido, la obsesión del laicismo por extremar drásticamente la separación entre el Estado y lo religioso sería -en términos chestertonianos- una idea cristiana que se ha vuelto loca.

Se ha recurrido con frecuencia a la etimología para intentar clarificar en qué estribaría la laicidad. Laico se opone obviamente a clérigo. Limitarse a constatarlo podría ser doblemente equívoco: porque parece remitirse a un dualismo intraeclesial civilmente irrelevante, y porque parece excluirse la posibilidad de que un clérigo pueda ejercer esa laicidad positiva actuando con "mentalidad laical". Del parentesco de laico con "lego" deriva en algunas lenguas su equiparación con "profano", utilizado con frecuencia para caracterizar al no especialista en determinado saber o arte. La combinación de estos elementos invita a remontarse a la raíz etimológica griega: "laos", entendido como pueblo, pero en un sentido peculiar que lo diferencia del "demos". Alude al ciudadano de a pie, ajeno a toda estructura institucional civil o religiosa, por lo que se verá inicialmente traducido al latín no como "laicus" sino como "plebeius".


Desde esta perspectiva la laicidad consistirá precisamente en "tener en cuenta las creencias religiosas" de los ciudadanos de a pie, en vez de convertirlos -"clericalmente"- en meros receptores de los mandatos que por partida doble recibirán de las instancias institucionales civiles y religiosas. Esta "laicidad positiva" sitúa en primer plano el ejercicio por el ciudadano de su derecho individual a la libertad religiosa y no una añeja "cuestión religiosa" consistente en ver si Estado e Iglesia se ponen de una vez de acuerdo. Las confesiones religiosas dejan de protagonizar con el Estado el escenario, para convertirse en medios eficaces para que los ciudadanos puedan vivir privada y públicamente con arreglo a sus convicciones.

El laicismo, lejos de suscribir esta laicidad positiva, aparece a su luz paradójicamente como un fenómeno típicamente "clerical". La solución que el Estado da a su relación con la religión -una obligada neutralidad- se la impone en el ámbito público a los ciudadanos, que sólo podrán ejercer una religión intimista y hogareña. El "cuius regio eius religio" del regalismo moderno acaba desembocando en un "cuius regio eius non-religio" iconoclasta, que limpia el foro civil de todo vestigio o símbolo religioso; sobre todo, cuando el ciudadano de a pie se deja avasallar...

La laicidad positiva aparece plasmada en el artículo 16.3 CE como una "laicidad por atención", que ordena que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española". Su inmediata consecuencia será el principio de cooperación: "y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones". Esa atención justificará, por ejemplo, que sin perjuicio de respetar la voluntaria asistencia de sus integrantes (fruto de la dimensión "negativa" de la libertad religiosa), las Fuerzas Armadas puedan no sólo participar sino incluso organizar actos de contenido religioso en reflejo de las creencias de la sociedad.

Laicismo

Presunto propietario del término Estado laico. Propone una drástica separación entre los poderes públicos y cualquier elemento de orden religioso. Concibe en consecuencia el ámbito civil como absolutamente ajeno a la influencia de lo religioso. En ello influye un concepto totalitario de la sociedad, a la que considera exhaustivamente sometida a control político, considerando ilegítimas cualquier otro tipo de influencias, que serán rechazados como intrusos poderes fácticos. Suele, sin embargo, hacerlo compatible con una notoria ceguera respecto al papel de lo económico dentro de este panorama.

Como heredero de la revolución que puso fin al Antiguo Régimen, reacciona defensivamente ante un posible renacimiento estamental de lo eclesiástico. No ve en la religión un ámbito de ejercicio de libertades públicas de los ciudadanos históricamente prioritario; la religión se ve identificada con la jerarquía eclesiástica, sospechosa siempre de pretender recuperar poderes perdidos en el ámbito público.

Esta misma óptica estamental le lleva a ver en lo religioso un factor de división y desigualdad que fracturaría el concepto mismo de "ciudadanía". De ahí que entienda la escuela como una catequesis alternativa, de la que toda referencia religiosa debe ser excluida. Le asigna como cometido fundamental la impartición de una "ética civil", que sustituya la dimensión pública de las éticas confesionales. Ello es radicalmente contradictorio con "el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones" (artículo 27.3 CE).

Al erigise en indiscutible planteamiento único del papel (nulo) de lo religioso en la sociedad, acaba convirtiéndose en una doctrina confesional obligatoria para todo ciudadano, blindada de modo fundamentalista a cualquier posible alternativa; la posible dimensión pública de lo religioso queda sustraída a todo debate plural. El ciudadano cuando sale a la calle, concebida como templo civil, ha de mostrar una respetuosa inhibición en todo aquello que pueda sonar a religioso; se identificará con cálido fervor con la liturgia sustitutiva que vaya improvisándose al efecto. No se excluye que puedan cumplir tal papel manifestaciones tradicionales de origen religioso, siempre que se las recicle ostensiblemente como mera manifestación cultural.

Tolerancia

La defensa de la tolerancia como virtud cívica aparece históricamente unida al repudio de toda "guerra de religión". Se convirtió en el eje de una actitud precavida ante una apelación a los "derechos de la verdad", que podría llevar consigo un retroceso de derechos individuales tan básicos como el libre pensamiento, la libertad de expresión o la misma libertad religiosa. Esa tensión entre verdad y tolerancia vincula a ésta en su punto de arranque con la actitud de rechazo provocada por aquello que se considera teóricamente falso o éticamente negativo. La tolerancia lleva a matizarla con la entrada en escena del respeto a la dignidad personal. Ésta no desaparecería en quien se hallase en el error, ni en quien suscribiera prácticas que, aun siendo rechazables, no sobrepasen la frontera de lo intolerable.

Hoy se ha hecho frecuente que, de modo tan entusiasta como ajeno a la génesis del concepto, se pretenda replantear la tolerancia de modo más "positivo". Se habla de lo tolerado como si no fuera falso ni malo sino todo lo contrario; con ello sólo se consigue ignorar perturbadoramente la frontera entre tolerancia y reconocimiento de derechos. Cualquiera que se comporte de modo positivo, apoyado en un justo título, lejos de merecer una actitud tolerante está en condiciones de exigir que se le reconozca su derecho a hacerlo. Parece obvio que la religión constituye un "bien jurídico"; no se entendería en caso contrario que su ejercicio se erija en objeto de un derecho fundamental. Al ignorarlo, se la convierte en mero objeto de tolerancia. A la vez, esa tolerancia pretendidamente "positiva" acaba convirtiendo en justo lo rechazable, hasta erigirlo novedosamente en título para exigir un derecho; así acaba de ocurrir entre nosotros, dando paso al llamado matrimonio homosexual.

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Nota:

(1) "Un Estado laico. Apuntes para un léxico argumental, a modo de introducción". En "Persona y Derecho", nº 53, 2005.

EMBRIONES HUMANOS Y MANIPULACIÓN DEL LENGUAJE

[Se puede utilizar el lenguaje con buena intención, sin trampas, con claridad; pero el lenguaje también sirve para deformar, distorsionar y confundir. Cuando esto sucede, vivimos en el engaño y somos más susceptibles a la manipulación.

En este artículo de Manuel Casado, Catedrático de Lengua española, se recuerda que siempre que se quiere modificar un juicio de la conciencia ética, se empieza por alteraciones en el lenguaje.

Los intereses comerciales de las empresas biotecnológicas -dice el autor- ,
en connivencia a veces con científicos dispuestos a tragar lo que haga falta, no son ajenos a todo esto. Y son ya moneda corriente acuñaciones como "derechos reproductivos", "derecho a un hijo", "reproducción humana asistida", FIVET, "diagnóstico preimplantacional", "clonación terapéutica", "pre-embrión"… Por lo que se refiere al invento de esta última palabra, el especialista en bioética G. Herranz ha demostrado que se trata de una acuñación de Penelope Leach, "psicóloga y autora de deliciosos cuentos infantiles", en 1985. Nos encontramos, pues, ante una expresión "con pies científicos de barro" pero que, sorprendentemente, se pretende refugiar en la legislación.

Fue publicado en el Diario de Navarra (17-III-2006).]


#285
Vita Categoria-Eutanasia y Aborto


por Manuel Casado, Catedrático de Lengua española

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La “Ley sobre técnicas de reproducción humana asistida” recientemente aprobada en el Congreso, y que podría entrar en vigor alrededor del verano, está despertando las más graves reservas éticas en muchos ciudadanos. Y ha vuelto a poner sobre el tapete la falta de protección jurídica de la vida humana incipiente.

Siempre que se va a hacer mella en la conciencia ética y en el sentido común, la primera tarea se le confía al lenguaje. Hay que encontrar formulaciones que halaguen la sensibilidad dominante en cada época. La nuestra es muy adicta a todo lo que se enuncie en términos de derechos individuales y de salud, y a todo lo que contribuya a su logro, cueste lo que cueste. Como ha dicho Woody Allen, las dos palabras más hermosas que se pueden oír hoy ya no son "Te quiero", sino "Es benigno". Y puestos a encontrar vocablos bien sonantes, el adjetivo terapéutico, en particular, tiene la rara virtud de convertir en buena cualquier realidad a la que se aplique. Los intereses comerciales de las empresas biotecnológicas, en connivencia a veces con científicos dispuestos a tragar lo que haga falta, no son ajenos a todo esto. Y son ya moneda corriente acuñaciones como "derechos reproductivos", "derecho a un hijo", "reproducción humana asistida", FIVET, "diagnóstico preimplantacional", "clonación terapéutica", "pre-embrión"… Por lo que se refiere al invento de esta última palabra, el especialista en bioética G. Herranz ha demostrado que se trata de una acuñación de Penelope Leach, "psicóloga y autora de deliciosos cuentos infantiles", en 1985. Nos encontramos, pues, ante una expresión "con pies científicos de barro" pero que, sorprendentemente, se pretende refugiar en la legislación.

Por supuesto que nada tengo que objetar a los auténticos derechos individuales ni a la salud: todo lo contrario. El problema reside en qué precio estamos dispuestos a pagar por ello. Y cuando el precio se mide en vidas humanas, por incipientes que sean, habrá que andarse con sumo cuidado. ¿Debe prevalecer el "derecho a tener un hijo", sobre la vida humana embrionaria? Porque, como se sabe, independientemente de otras razones antropológicas, las técnicas que suplantan la relación personal de los padres en la procreación arrastran consigo atentados contra vidas humanas incipientes, es decir, contra los hijos. ¿Tiene una persona derecho a fabricar seres humanos para utilizarlos como medio para restablecer la salud propia o ajena? Esta ley permite producir seres humanos a los que no se les dejará nacer, sino que se les utilizará como material de ensayo "científico" -otro adjetivo que hace buena a cualquier realidad a que se aplique- en busca de presuntas terapias futuras. La ley hace posible también producir embriones humanos -llamados "sobrantes", de las prácticas de reproducción- como mero material de investigación, posibilitando su comercialización, tráfico y uso industrial. Y, en la medida en que se limita a prohibir la clonación reproductiva (que es tanto como prohibir casarse con un habitante de Júpiter), está permitiendo la clonación terapéutica.

Cuando parecía que la eugenesia había quedado por fin arrumbada junto con la ideología nazi, nos encontramos con que esta ley posibilita la selección eugenésica ("diagnóstico preimplantacional") con vistas a producir bebés-medicamento, o sea, niños que nacerán con perfiles terapéuticos precisos, para curar a otros hermanos suyos, que no cumplen esos perfiles, y que, de haber sido descubiertos a tiempo, habrían sido considerados no aptos para vivir.

Si todo sale como el gobierno tiene previsto, en poco tiempo habrá un gran stock de nuevos embriones sanos y frescos, sin daños por la congelación, al servicio de los investigadores, también de los que todavía creen en los usos terapéuticos de las células madre embrionarias, a pesar del fraude de los científicos coreanos dirigidos por Hwang Woo-suk.

La vida humana embrionaria debería merecer más respeto. Todos los seres humanos hemos pasado por esa fase de vida embrionaria. Ningún embrión humano, hasta ahora, que se sepa, ha dado lugar, pasado el tiempo, a un gato o a una oveja. Nunca ha estado la Humanidad mejor pertrechada técnicamente para poder averiguar qué es y qué no es una vida humana. Da igual si se trata del comienzo como del final de la vida.

La historia del siglo XX, al compás de progresos técnicos que nos enorgullecen, ha sido también un muestrario variopinto y cruel de atentados contra la humanidad que todavía nos avergüenzan. Al cancelar el axioma moral de que el fin no justifica los medios, los ideólogos y "científicos" visionarios fijan un fin bueno; y en nombre de ese fin, vale todo: "A nosotros todo nos está permitido, decía Lenin, porque tenemos un programa para optimizar el mundo, y todo lo que sirva a ese programa puede ser considerado bueno".

Por lo demás, los defensores de la inhumanidad siempre acertaron a dar con la expresión políticamente correcta -la "solución final" de los nazis, el "paraíso" de los comunistas, la "reeducación social", los "daños colaterales"- ("Siempre queda el pudor de la palabra", que decía Jorge Guillén) que anestesiara las conciencias y adormeciera la sensibilidad moral. Por un tiempo, al menos.


20 marzo 2006

“MANIFIESTO SALAMANCA” A FAVOR DEL EMBRIÓN

[Sigue el clamor social a favor del embrión humano: es decir, en defensa de la vida y, por tanto, en contra de la pretendida Ley de Reproducción Humana Asistida que sigue su trámite parlamentario, a falta de ser debatida en el Senado.

Ahora es el llamado "Manifiesto Salamanca", un texto desarrollado por quince catedráticos y profesores titulares, que ha sido respaldado por el 80 % de los profesores de la Facultad salmantina.

El "Manifiesto Salamanca" apoya la investigación en medicina regenerativa, pero reivindica la dignidad del embrión humano desde el momento de la unión del óvulo y el espermatozoide y se muestra en contra de la producción de embriones con fines exclusivos de investigación.

Se quejan, con razón, de que en la elaboración de la ley no se ha tenido en cuenta la opinión médica. Los que no se quejan son los promotores de las llamadas clínicas de reproducción asistida; o sus críticas se refieren a que ese proyecto de ley se queda corto para sus pretensiones de manipular el embrión-objeto.

Reproducimos aquí la noticia publicada en el Diario Médico.]


#284 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Marta Esteban
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El Manifiesto Salamanca, elaborado por quince catedráticos y profesores de la Facultad de Medicina y al que se ha adherido el 80 por ciento del profesorado, es una reflexión ante la ausencia de la opinión médica en la elaboración del proyecto de ley de reproducción asistida. Apoya la medicina regenerativa, pero por medios que no conlleven destruir el embrión.

La falta de reflexión de los profesionales de la Medicina en la tramitación del proyecto de Ley de Reproducción Humana Asistida -actualmente en tramitación parlamentaria en el Senado- ha llevado a una comisión de quince profesores ordinarios de la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamancaa elaborar un manifiesto sobre medicina regenerativa y uso de células embrionarias.

El texto, desarrollado por quince catedráticos y profesores titulares, ha sido respaldado por el 80 por ciento de los profesores ordinarios de la facultad salmantina, pues 80 de las 106 personas que lo recibieron se han adherido a la declaración. Según los promotores, no ha existido ninguna no adhesión, sino que las 26 personas que restan no se han manifestado. A través de nueve puntos, el Manifiesto Salamanca apoya la investigación en medicina regenerativa, pero reivindica la dignidad del embrión humano desde el momento de la unión del óvulo y el espermatozoide y se muestra en contra de la producción de embriones con fines exclusivos de investigación.

Jesús San Miguel, catedrático de Hematología e investigador del Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca, ha insistido en que "la finalidad del manifiesto es ofrecer a los legisladores la reflexión de un grupo de profesionales cualificados sobre lo que consideramos que es mejor para el desarrollo médico en el campo de la medicina regenerativa". La reflexión se hace "al margen de cualquier debate político y lo que pretendemos es que la ley sea lo más útil, justa y ética posible para el ser humano. No queremos establecer un foro de debate, sino dar la posibilidad para que otros profesionales de la Medicina -profesores de las facultades, colegios de médicos, reales academias, médicos en general, científicos etcétera- puedan sumarse al manifiesto".

Preservar su viabilidad

Los firmantes del manifiesto "apoyan la medicina regenerativa y el uso de las células adultas en la investigación, donde se están obteniendo resultados muy prometedores". Asimismo, "abogamos por el respeto al embrión y nos mostramos en contra de la investigación que conlleve su destrucción. Por ello deben primarse las recientes investigaciones encaminadas a obtener células a partir de una sola célula embrionaria, pero dejando que el resto siga desarrollando ese embrión, por lo que se preservaría su viabilidad".

José Miguel López Novoa, catedrático de Fisiología, ha precisado que "el texto no ha sido elaborado para ir en contra del proyecto de ley, sino que refleja la opinión de los que tenemos una visión más cercana de estos temas". López Novoa ha hecho especial hincapié en las "falsas expectativas que se genera entre los pacientes cuando se habla de curaciones a corto plazo a través de la medicina regenerativa. Es posible que estas técnicas logren curar ciertas enfermedades, pero no a corto sino a largo plazo. Decir lo contrario es confundir a la opinión pública".

Esta opinión también es compartida por Alberto Gómez Alonso, catedrático de Cirugía, que ha incidido en la necesidad de solucionar el problema de los excedentes limitando el número de embriones que se van a fecundar en cada proceso de fecundación in vitro.

CLAMOR EN DEFENSA DE LA VIDA HUMANA

[El embrión humano, incluso antes de su implantación, es un ser humano. El embrión es persona desde el momento de su concepción.Ésta ha sido la conclusión a la que llegó el Congreso que, del 27 al 28 de febrero pasado, por iniciativa de la Academia Pontificia para la Vida, reunió en el Vaticano a más de 350 participantes, entre genetistas, neonatólogos, embriólogos, filósofos y obispos.

Reproducimos el artículo de Jesús Colina publicado en Alfa y Omega, nº 490 (16-III-2006).

Coemnzamos esta entrada con un vídeo que resume un decálogo en favor del embrión humano. Los políticos no deben contentarse sólo con no votar leyes aberrantes, sino que tienen la responsabilidad de hacer leyes justas para proteger al embrión humano. No es necesario ser cristianos para defender la vida –dijo el Presidente de la Fundación Lejeune, Jean-Marie Le Méné–, pero creo que es necesario defender la vida para ser cristianos.]



#283 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Jesús Colina
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En la apertura del encuentro, el cardenal Javier Lozano Barragán, Presidente del Consejo Pontificio para la Salud, constató que «la cultura de la muerte (entendida principalmente como incapacidad para reconocer y acoger la vida) encuentra en este sujeto, el embrión, su diana ideal». Y afirmó: «Cualificado genéticamente, disgregado con fines terapéuticos, congelado y manipulado, incluso en su identidad semántica (pre-embrión), este pequeño merece toda nuestra atención». Por su parte, los científicos analizaron el proceso de fecundación. Éste resulta ser mucho más que su suma: gametos destinados a vivir pocas horas originan una novedad orgánica que podrá sobrevivir durante años: el hombre.

Roberto Colombo, profesor de embriología humana en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, reconoció que «es imposible determinar el momento preciso del inicio, pues nos recuerda el nanosegundo cero, pero estamos ante un proceso que, en determinado momento, con la fusión de las membranas del espermatozoide y del ovocito, se hace irreversible; un proceso que tiene un antes y un después, entre los cuales se verifica un salto biológico y ontológico». La profesora Magdalene Zernicka-Goetz, del Instituto Británico Gurdon, de investigación sobre el cáncer, demostró que los blastómeros (las células que integran este primer ser humano) tienen un potencial completo de desarrollo. Estamos, por tanto, frente a un individuo de la especie humana, organizado, capaz de autorregulación y con una finalidad intrínseca.

El Congreso mostró también cómo el embrión es capaz de relacionarse con la madre, a través de un intenso intercambio de mensajes químicos, una especie de diálogo encaminado a hacerse reconocer y acoger. Se trata de lo que la ciencia ha definido como la paradoja inmunológica del embarazo: el embrión, ya en la fase de preimplantación, comunica con la madre para hacerse aceptar, pues es otro ser distinto de ella. Se trata de mecanismos de regulación delicadísimos, que la naturaleza pone en acción para establecer la relación materno-embrional, y que, en cambio, la libertad y la debilidad humanas pueden trastornar y despreciar, por ejemplo con el uso del aborto.

Esto es lo que está sucediendo también con la difusión de técnicas de diagnóstico prenatales, aplicadas con una mentalidad eugenésica, como recordó el famoso neonatólogo italiano Carlo Bellieni. A causa de la presión social, del mito de la perfección, y aún más del miedo a lo desconocido, se está transformando la ciencia genética en una policía genética, que detiene y elimina a los criminales antes del delito: los embriones son calificados genéticamente y, por tanto, progresivamente descartados si no tienen las características que consideramos ganadoras. No se trata ya –subrayó el profesor Kevin FitzGerald, profesor asociado de Genética del departamento de Oncología de la Universidad de Georgetown, de Washington– de prevenir que los hombres enfermen, sino de evitar, eliminándolos, enfermos.

Nuevas amenazas para el embrión

Al hablar en una mesa redonda sobre antiguas y nuevas amenazas contra el embrión, Jean-Marie Le Méné, fundador y Presidente de la Fundación Jerome Lejeune, propuso una estrategia integrada entre personas de Iglesia y ambientes increyentes para defender al embrión. Le Méné puso en guardia a los presentes sobre los intentos de reducir el estatuto del embrión al del animal. «El embrión no tiene necesidad del estatuto para existir, tiene ya realidad ontológica propia», alertó. «No es necesario ser cristianos para defender la vida –siguió el Presidente de la Fundación Lejeune–, pero creo que es necesario defender la vida para ser cristianos». Por eso propuso desarrollar en cada diócesis una especie de célula especializada en cada diócesis en el respeto a la vida humana, que pueda ayudar al agente de pastoral familiar. En ámbito público, el Presidente de la Fundación Lejeune afirmó que haría falta «decir a todos los que tienen función de magisterio y responsabilidad pastoral que es su deber expresarse antes de cualquier consulta electoral, al menos una vez al año, para recordar que votar a favor de un candidato que no respeta al embrión es una especie de complicidad con el homicidio». En cuanto a los políticos cristianos, Le Méné afirmó que «no deberían contentarse con no votar leyes malas», sino que, al contrario, «tienen la obligación de hacer propuestas positivas e innovadoras para proteger al embrión».



EL MUNDO NECESITA DEL GENIO FEMENINO

[Con motivo del día internacional de la mujer, Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, ha escrito un artículo publicado en el diario ABC (8-III-2006), que ahora reproducimos.

Al crear el mundo, Dios lo ha confiado al hombre y a la mujer. Dice el autor: Hemos recibido la misión de cuidar juntos del mundo y de hacerlo progresar. Este apasionante proyecto compartido ayuda a colocar en su sitio la cuestión de la relación entre ambos sexos. No estamos ante un asunto cerrado sobre sí mismo, angosto y problemático, sino ante una cuestión positiva y abierta: con igual responsabilidad, con aportaciones adecuadas al propio genio, hemos de trabajar juntos por una sociedad mejor. Las cualidades masculinas y las femeninas se necesitan mutuamente, para realizar esta tarea colectiva.]

#282 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Mons. Javier Echevarría
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El 8 de marzo es una fecha con referencia al pasado, porque recuerda la historia, no corta ya, de los esfuerzos para superar la discriminación de la mujer: una tarea que afecta también al presente. Conviene además mirar al futuro, imaginar qué sucederá y cuántos beneficios se lograrán cuando la mujer esté plenamente incorporada a todos los ámbitos de la sociedad.

Pero, ante todo, es preciso partir del reconocimiento de la igual dignidad entre varón y mujer. Desde el principio mismo de la Sagrada Escritura, en los relatos del Génesis, se nos revela que Dios ha creado al hombre y a la mujer como dos formas de ser persona, dos expresiones de una común humanidad. La mujer es imagen de Dios, ni más ni menos que el varón, y los dos están llamados a la identificación con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.


Con estas esenciales premisas de fe cristiana, se entiende con especial profundidad la perversión que supone maltratar a cualquier persona humana, varón o mujer. Los malos tratos toman a veces forma violenta y, en otras ocasiones, modos muy sutiles: se comercia brutalmente con el cuerpo de la mujer, considerándola como cosa, no como persona; o bien se le hace saber, amable pero insidiosamente, que un embarazo es incompatible con su contrato de trabajo. Siguen existiendo muchos motivos para recordar la necesidad de oponerse a esas discriminaciones.


También en el Génesis encontramos un segundo elemento fundamental y evidente: la diversidad. Pensemos por ejemplo en la familia: padre y madre desempeñan papeles distintos, igualmente necesarios, pero no intercambiables. La responsabilidad es la misma, pero difiere la modalidad de participación.


Suele decirse que uno de los problemas más agudos de la familia en nuestros días consiste precisamente en la crisis de la paternidad. El varón no puede considerarse "una segunda madre", ni tampoco debe descuidar las responsabilidades del hogar, sino que necesita aprender a ser padre. Algo similar cabe decir de la sociedad en su conjunto, donde cada uno ha de encontrar su posición. El varón posee el derecho a desarrollarse como varón; la mujer, como mujer. Siempre sin dar cabida a mimetismos que producen crisis de identidad, complejos sicológicos y problemas sociales de gran trascendencia.


El principio de igualdad puede exasperarse y perder el equilibrio, cuando se confunden igualdad (de dignidad, de derechos y de oportunidades) con disolución de la diversidad. Si la mujer se homologa con el varón, o el varón con la mujer, los dos se desorientan y no saben cómo relacionarse. Pero también el principio de la diferencia se puede exasperar —y, de hecho, tantas veces se ha exasperado—, cuando se entiende la distinción como base que justifique la discriminación.


En este contexto, resulta oportuno y necesario considerar la virtud cristiana de la caridad, que Benedicto XVI ha querido situar en el comienzo y en el centro de su pontificado. La caridad ayuda a armonizar la igualdad y la diferencia e invita a la colaboración, pues ordena la relación con Dios y también las relaciones de cada uno con los demás hombres. Desde la caridad, la Iglesia promueve la comunión, el respeto, la comprensión, la apertura a la diversidad, la ayuda mutua, el servicio.


En las primeras palabras del Génesis leemos también que Dios, en su bondad, confía el mundo al hombre y a la mujer. Hemos recibido la misión de cuidar juntos del mundo y de hacerlo progresar. Este apasionante proyecto compartido ayuda a colocar en su sitio la cuestión de la relación entre ambos sexos. No estamos ante un asunto cerrado sobre sí mismo, angosto y problemático, sino ante una cuestión positiva y abierta: con igual responsabilidad, con aportaciones adecuadas al propio genio, hemos de trabajar juntos por una sociedad mejor. Las cualidades masculinas y las femeninas se necesitan mutuamente, para realizar esta tarea colectiva. En definitiva, sólo se alcanza el bien común —común a todos, hombres y mujeres— mediante un trabajo conjunto. Este cuadro muestra que la discriminación de la mujer no representa sólo una ofensa para ella: constituye una vergüenza también para el varón y un problema muy serio para el mundo.


El verdadero afán por desarrollar juntos la tarea de cuidar del mundo y hacerlo progresar, requiere abandonar esquemas maniqueos y tendencias al conflicto. Hacen falta actitudes de diálogo, cooperación, delicadeza, sensibilidad. El hombre tiene que exigirse más: escuchar, comprender, tener paciencia, pensar en la persona. La mujer también necesita comprender, ser paciente, volcarse en un diálogo constructivo, aprovechar su rica intuición.


Probablemente los dos deben rechazar los modelos que proponen algunos estereotipos dominantes: esas imágenes que empujan al hombre a competir con dureza, o que invitan a la mujer a comportarse con frivolidad, o incluso con un desgraciado exhibicionismo. Necesitamos una nueva forma de pensar, una nueva forma de mirar a los demás, que supere el dominio y la seducción. Así puede surgir un nuevo escenario social, sin vencedores ni vencidos.


En la Carta a las mujeres, Juan Pablo II señala que la aportación de la mujer resulta indispensable para "la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento", así como para "la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad". El genio femenino, con esa aptitud innata de conocer, comprender y cuidar del prójimo, ha de extender su influjo a la familia y a la sociedad entera.


San Josemaría solía recordar que "ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza". Cuando descubrimos que lo importante es la persona, las discriminaciones de todo género tienen sus días contados. La fe cristiana posee la capacidad de ser verdadero fermento de un cambio cultural en este terreno, si las mujeres y los hombres de fe sabemos encarnarla en nuestra vida ordinaria.

EL TRABAJO DE SONREIR

[Dice un proverbio escocés que la sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz. Por su parte, Shakespeare dejó escrito que para conseguir lo que quieras te valdrá más la sonrisa que la espada.

El doctor Michael Miller, director de cardiología preventiva del Centro Médico de la Universidad de Maryland, ha manifestado, después de un profundo estudio, que reír puede ser importante para mantener la buena salud del endotelio y, por lo tanto, disminuir los riesgos de un problema cardiovascular. Agregó que probablemente treinta minutos de ejercicio tres veces por semana y quince minutos de risa todos los días son muy buenos para el sistema vascular.

Efectivamente, parece probado que la sonrisa es uno de los rasgos más típicos del ser humano. De esto habla Jaime Nubiola en el artículo que ahora publicamos, reproducido de La Gaceta de los Negocios (20-II-2006). Tomarse el trabajo de sonreír -dice Nubiola- es un modo aparentemente sencillo en el que cada uno puede hacer un poco más humano este mundo nuestro y hacer así también más humana su propia vida.

El autor se refiere también al contenido de la encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI: dice que el Papa nos enseña, entre otras muchas cosas, que cambiaremos el mundo a base de cariño y que ponerse a sonreír es comenzar a cambiar el mundo, porque significa poner el amor —y no el egoísmo o el propio interés— en el centro de la vida humana. Por eso para comenzar a cambiar el mundo merece la pena tomarse en serio el trabajo de sonreír.]


#281 Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por
Jaime Nubiola, Profesor de Filosofía, Universidad de Navarra
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La reciente encíclica de Benedicto XVI sobre el amor ha pillado por sorpresa a los medios de comunicación internacionales. Muchos esperaban un documento en el que denunciara los graves males que aquejan a nuestra sociedad y han quedado del todo sorprendidos al encontrarse con un texto muy sugestivo y extraordinariamente cálido: "El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podremos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica", escribe el Papa en uno de los últimos párrafos. Y poco antes explica que "el amor no se reduce a una actitud genérica y abstracta, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora". Una de las maneras de ponerlo en práctica es tomarse el trabajo de sonreír.

¡Cuánto apreciamos todos la sonrisa amable de las personas y cuántas veces nos resistimos a sonreír! Resulta un tanto enigmático que gustándonos tanto a todos el que nos atiendan con una sonrisa seamos tan roñosos a veces para sonreír a quienes solicitan nuestra atención. Los medios de comunicación presentan de ordinario rostros violentos, airados o doloridos que nos conmueven, y cuando ponen ante nuestros ojos caras sonrientes tendemos a menudo a considerarlas falsas y forzadas —"de circunstancias", decimos— porque pensamos que con su talante amable buscan el propio interés o simplemente la eficacia. De modo semejante, nos parece increíble que alguien pueda acogernos con una sonrisa afectuosa aun sin conocernos y, sin embargo, todos tenemos la maravillosa experiencia de aquella sonrisa a primera hora de la mañana que logró cambiar nuestro día.

Es una pena minusvalorar la sonrisa, pues es uno de los rasgos más típicos del ser humano. Ludwig Wittgenstein —para muchos el filósofo más profundo del siglo XX— anotaba incidentalmente en un oscuro pasaje de las Philosophical Investigations que "una boca sonriente sonríe sólo en un rostro humano". Con estas palabras Wittgenstein afirma que para sonreír hace falta un rostro humano que otorgue significado a la sonrisa, pero quizá sugiere también que un rostro es plenamente humano cuando sonríe. Ya los escolásticos medievales advirtieron que la capacidad de sonreír era un accidente propio de los seres humanos, era una propiedad derivada necesariamente de su esencia. Omnis homo risibilis est, decían; todo hombre es capaz de reír. Tomarse el trabajo de sonreír es un modo aparentemente sencillo en el que cada uno puede hacer un poco más humano este mundo nuestro y hacer así también más humana su propia vida.


Para entender esto un poco mejor viene bien recordar la ontogenia de la sonrisa, su manera originaria de desarrollarse en el niño. Según dicen los expertos en desarrollo infantil, el reflejo espontáneo en el arco bucal del bebé satisfecho induce a la madre a pensar que su hijo le está sonriendo. La madre, emocionada al descubrir aquella aparente sonrisa de su bebé, le premia con achuchones afectuosos. El niño, entusiasmado a su vez ante esas oleadas de ternura efusiva, le corresponde imitando la expresión del rostro materno con una sonrisa cada vez más franca y abierta. Este singular proceso educativo muestra que la sonrisa no es un mero reflejo espontáneo del placer, sino que, sobre todo, es una valiosa conducta comunicativa.


Esta semana pasó a visitarme una doctoranda con su hija Carmen de poco más de un año. Le dimos a la niña un juguete sencillo para que se entretuviera mientras su madre y yo hablábamos de filosofía. En un momento de la conversación en el que nos reíamos abiertamente de una broma filosófica, Carmen se unió entusiasmada a nuestra risa como si hubiera entendido algo. Con aquella risa espontánea nos dio una verdadera lección de filosofía: reír juntos, sonreírnos unos a otros, crea unos formidables espacios de comunicación.


Sonreír es reconocer al otro como persona: sonrío al bedel al entrar en el edificio en el que trabajo, pero no a la fotocopiadora que está en el pasillo. Hay personas a las que la sonrisa parece serles natural. Me viene a la memoria aquella sonrisa maravillosa de Juan Pablo I que en los breves días de su pontificado llenó de esperanza al mundo. Pero puede leerse en el libro suyo Ilustrísimos Señores, escrito unos pocos años antes: "Desgraciadamente sólo puedo vivir y repartir amor en la calderilla de la vida cotidiana. Jamás he tenido que salir huyendo de alguien que quisiera matarme. Pero sí existe quien pone el televisor demasiado alto, quien hace ruido o simplemente es un maleducado. En cualquiera de esos casos es preciso comprenderlo, mantener la calma y sonreír. En ello consistirá el verdadero amor sin retórica". Todo hace pensar que aquella sonrisa que tan natural parecía era fruto de un prolongado esfuerzo de muchos años. Algo parecido me contaba un colega de su experiencia: "Hay temporadas, días, en que es una heroicidad sonreír por lo menos para mí: días en los que no has dormido, en los que no te encuentras física o psicológicamente bien, que tienes preocupaciones u otras ocupaciones en la cabeza que te impiden ponerla en las personas que tienes a tu lado. Si te lo propones consigues dar el pego: 'tú siempre tan sonriente, qué bien te va la vida' te dicen. ¡Y cada sonrisa te cuesta un mundo!".


La sonrisa es siempre muy agradecida. Como la madre con el bebé lactante, quien sonríe cosecha muchas veces la sonrisa y el afecto de los demás. Es muy conocida aquella afirmación de William James, uno de los fundadores de la psicología contemporánea, de que no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos. Me parece que algo semejante puede decirse de la sonrisa. De hecho, cuando me encuentro con personas que sufren por su aislamiento, por sus dificultades de comunicación con los demás, suelo invitarles a que se empeñen en sonreír a quienes tienen a su alrededor porque —les digo— no sonreímos porque estamos contentos, sino que más bien estamos contentos porque sonreímos. No importa que en un primer momento la sonrisa sea forzada o parezca artificiosa, pues con su repetida práctica va calando por dentro hasta que alegra el corazón.


Hay quienes piensan que la guerra es el motor de la historia humana, que el conflicto y la confrontación son el motor del progreso social y científico. Lo que Benedicto XVI viene a recordarnos con su encíclica es precisamente que el motor de la historia —si es que la historia tiene motor— es el amor, el diálogo y la comunicación entre las personas y los pueblos. Lo que nos enseña es que cambiaremos el mundo a base de cariño. En este sentido, ponerse a sonreír es comenzar a cambiar el mundo, porque significa poner el amor —y no el egoísmo o el propio interés— en el centro de la vida humana. Por eso para comenzar a cambiar el mundo merece la pena tomarse en serio el trabajo de sonreír.

15 marzo 2006

EMBRIONES, CLONES Y CÉLULAS MADRE

[En la calle y en los laboratorios de investigación hay un auténtico debate científico, social y ético sobre los embriones humanos, las células madre, la clonación, etc. Por eso es importante que los expertos acierten a divulgar con verdad y honradez su conocimiento. No son ya pocos los artículos de este blog dedicados a este fin. Pero algunos lectores consideran que todo es poco y que no vendría mal seguir aclarando conceptos, porque cada día surgen nuevas sorpresas, en los medios, o en las leyes...

El artículo que ahora publicamos, reproducido de Conocereis de verdad, está escrito por el Dr. Javier de las Rivas, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Acierta a explicar de modo inteligible qué es un embrión y los términos que, en su opinión, tiene el actual debate sobre el uso de las células madre.

Se puede ver un breve video -sin sonido- que permite ver el crecimiento del embrión: no puede haber pre-embrión no humano, aunque algunos se empeñen en semejante disparate. Como dice Robert Spaemann: De algo no deviene alguien. (...) Nosotros decimos 'nací tal y tal día' e incluso 'fui engendrado tal y tal día', aunque el ser que fue engendrado o nació en el momento en cuestión no decía en ese instante 'yo'. Pero no por eso decimos, sin embargo, 'aquel día nació algo de lo que procedo yo'. Ese ser era yo.

#280 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto


por Javier de las Rivas, Bioquímico y Biólogo Molecular

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Dado el debate social y ético que existe actualmente respecto a los embriones humanos, las células madre y la clonación es importante que la ciencia biológica sepa divulgar con sinceridad y honradez su conocimiento sobre estos términos y nos cuente con claridad ¿qué son? … y quizás ¿para qué sirven? … Esto de hecho suele ser lo que se pregunta cualquier ciudadano no experto en la materia y también los periodistas.

Lo que se expone en este artículo es a veces simplificado porque no se trata de hacer un tratado completo sobre estos términos biológicos; por otro lado, las definiciones son dadas siempre con referencia a seres vivos mamíferos y concretamente a seres humanos (individuos de la especie Homo sapiens sapiens).

¿Qué es un embrión?
Un embrión es un individuo de una especie biológica que tiene dos características que lo definen:


  • 1.- es un ser vivo individual que contiene toda la dotación genética propia de su especie, que en el caso del ser humano son 23 pares de cromosomas (“pares” porque los mamíferos somos “diploides”, es decir nuestra dotación genética completa está duplicada en nuestras células: 23 cromosomas x 2 = 46 cromosomas);
  • 2.- es un ser vivo que no está todavía desarrollado como adulto, pero que tiene la potencialidad biológica celular para desarrollarse de modo coordinado y gradual, dando lugar a un individuo adulto completo, con todos sus tejidos y órganos propios.

Con estos dos conceptos queda claro para la biología y la ciencia actual que (1) un embrión es un individuo de una especie bien definida y que (2) el hecho de estar totalmente desarrollado es simple cuestión espacio-temporal, ya que la gradualidad y desarrollo son dos elementos radicalmente genuinos de lo vivo, que –por serlo-es capaz de evolucionar y crecer: nada en biología nace o comienza grande o adulto; todos procedemos de una primera célula.

Origen del embrión y modos de generación

La forma celular más sencilla y principio del embrión humano es el cigoto o embrión unicelular. Se trata de una única célula y se genera en la naturaleza como fruto de la unión de un óvulo (célula germinal femenina) y un espermatozoide (célula germinal masculina). Esta unión se llama fecundación y marca el origen y generación de un nuevo individuo o ser vivo de la especie humana con toda su dotación genética distinta de la de sus progenitores y con toda su potencialidad para desarrollarse.

El modo de generación natural en los mamíferos es generación sexuada, o reproducción sexual, es decir, cada individuo nuevo se forma recibiendo su dotación genética como “dos mitades” una del individuo progenitor que se llama madre y otra del individuo progenitor que se llama padre. Con la expresión “dos mitades” únicamente se hace referencia a la dotación genética, es decir, la madre pone 23 cromosomas y el padre otros 23 cromosomas para dar el completo de 46 cromosomas del cigoto. Sin embargo, la célula primigenia que da lugar a la primera célula cigoto proviene sólo de la madre y es el óvulo materno. De hecho, en biología precisamente lo que define “materno” es esto: madre es el individuo progenitor que pone la célula viva original receptora de la dotación genética. Por eso en biología está muy claro que no es lo mismo “ser madre” que “ser padre”. Es decir, en la naturaleza biológica para la generación de individuos siempre es necesaria la madre pero puede faltar el padre, y de hecho falta en todos los casos de reproducción no-sexuada, o asexual, que se da simplemente a partir de una célula madre sin necesidad de que haya padre. Tras la fusión de las dos mitades genéticas en la célula materna receptora surge una nueva célula diferencial, el cigoto, que tiene esas dos características que hemos definido que le hacen embrión y en el que se da una transformación radical iniciándose toda una serie de nuevos procesos coordinados de complejidad gradual que implican multiplicación, crecimiento y diferenciación.

Clones y gemelos

La explicación anterior nos lleva a definir qué es un clon o individuo clónico. Clón (que procede del griego "klon" donde significa rama, vástago, esqueje) es todo individuo que procede de otro simplemente por reproducción no-sexuada o asexual, es decir, por simple división. El caso más sencillo es una célula madre que da lugar a dos células hijas independientes que luego se desarrollan y viven autónoma e individualmente. Este tipo de reproducción asexual se caracteriza porque el contenido genético de las células hijas es idéntico al materno progenitor, y en ello es diferente a la reproducción sexual en la que el contenido genético de los hijos es propio, mezcla y recombinación de los contenidos de la madre y del padre.

En el hombre la reproducción no-sexuada se da de modo natural sólo en muy raras ocasiones, cuando sucede la gemelación univitelina o monocigótica en la que un cigoto o blastocito (embrión con una o pocas células todavía sin diferenciar) se divide en las primeras horas de su desarrollo y da lugar a dos o más nuevos cigotos o blastocitos independientes que anidan (es decir, se implantan en el útero materno) separadamente dando lugar a los conocidos gemelos univitelinos. Seguro que todos hemos conocido a personas de este tipo que biológicamente y de modo natural son seres humanos clónicos. El parecido entre ellos es habitualmente muy grande física e incluso psíquicamente, pero todos tenemos claro que son personas independientes que viven sin problemas que tienen todas las características propias de su especie y como seres humanos merecen un completo respeto y tienen la misma dignidad que cualquier otro ser humano.

La ciencia nos ha llevado a que podamos producir mamíferos clónicos por métodos diversos, la primera fue la oveja Dolly producida en Escocia en 1996. Las técnicas de obtención de individuos clónicos de especies mamíferos se irán perfeccionando y ampliando. El caso Dolly tuvo éxito después de 276 intentos y está claro que podemos mejorar mucho en nuestro conocimiento sobre el modo de generar o producir mamíferos por la vía clónica o asexuada. Sin embargo, pienso que a todos nos es honestamente repugnante el que por unas razones más o menos utilitarias y prácticas queramos producir niños, seres humanos, clónicos. Esperemos que la sensatez del hombre, su ética y respeto a los demás, sea suficientemente fuerte a nivel mundial como para no dejarse convencer por fines aparentemente biomédicos que nos pueden recordar la aberración e inhumanidad de los médicos nazis. La ciencia puede y debe avanzar, pero su conocimiento no puede aplicarse a fines inhumanos quizás apoyados en razones mercantilistas o socialmente aprobadas por la mayoría pero claramente antiéticos y también claramente no científicos.

Células y células madre

Volviendo al concepto de célula madre antes citado es clave introducir y explicar tres principios biológicos que hacen referencia a los seres vivos como sistemas celulares:


  • 1.- las células madre son las células origen o fuente normal de vida de todo ser vivo, de modo que se da el principio biológico que “toda célula procede siempre de otra célula viva” y todos los organismos vivos que conocemos están constituidos por células (los seres humanos por miles de millones de células, las bacterias, invisibles a nuestros ojos, por una sola célula);
  • 2.- la generación de nuevas células hijas se produce habitualmente por “división celular” en dos, llamada mitosis, y este es el modo de crecimiento más frecuente en los sistemas vivos y también el modo de reproducción más sencillo, ya citado (reproducción asexual), en el que las células hijas se individualizan y constituyen un organismo autónomo vivo independiente (así por ejemplo se reproducen la mayoría de las plantas que tenemos en nuestros jardines, por lo que llamamos esquejes que son clones de la planta madre);
  • 3.- desde el origen de las primeras células vivas, que marca el origen de la vida y que sucedió en algún momento del pasado de nuestro planeta biosfera, todo ser vivo celular procede de otro ser vivo y por ello la vida desde su origen es un continuo que no se ha interrumpido y hasta ahora ha sido inmortal: “sólo lo vivo transmite vida”.

Tipos de células madre

Todos estos principios básicos en biología nos llevan a abordar ahora con más claridad ¿qué es un célula madre? (también llamada célula tallo o “stem cell” en ingles) … Ya se ha explicado de modo genérico que una célula madre es toda célula que da origen a nuevas células.

Pero de modo más específico definimos ahora célula madre totipotente a las células madres que son capaces de generar todos los tipos de células distintas, diferenciadas y organizadas en un individuo adulto completo. Estas células por su capacidad y potencialidad son muy genuinas y especiales, y en humanos las únicas células madres de este tipo que se conocen son los cigotos o embriones unicelulares que ya se han citado. Por otro lado, existen en el ser humano y en mamíferos en general otros tipos de células madres que son capaces de dar lugar uno o varios tipos de células y tejidos (conjuntos de células diferenciadas).

Por orden de potencialidad se llaman:


  • célula madre pluripotente que pueden generar diferentes tipos de linajes celulares y tejidos (esqueleto y músculo, etc);
  • célula madre multipotente que pueden generar un solo tipo de linaje celular o tejido (sólo células epiteliales o células hepáticas o células de la sangre);
  • célula madre unipotente que pueden generar un único tipo de célula específico (por ejemplo, célula leucocito o célula espermatozoide). En nuestro organismo y durante nuestro desarrollo tenemos como se puede entender muchos tipos de células madre y todavía estamos muy al comienzo de las investigaciones científicas sobre cómo aislarlas, cómo manejarlas y cómo programarlas para obtener un determinado tipo de célula o tejido ya diferenciado.
Respecto al debate social que se está dando sobre células madre adultas o células madre embrionarias simplemente dejar claro que lo único que las distingue biológicamente es la fuente de donde se sacan: las primeras se obtienen de un individuo adulto y las segundas de un individuo todavía embrión. Los tipos de células madre que se pueden obtener serán siempre de uno de los cuatro tipos biológicos que hemos definido (totipotente, pluripotente, multipotente o unipotente) pero el adjetivo adulto o embrionario es trivial biológicamente y también podríamos hablar de células madre infantiles si son obtenidas de niños.

Solo hay un pequeño inconveniente clave: de un adulto podemos obtener células madre sin causarle la muerte pero de un pequeño, minúsculo embrión humano la obtención de células madre supone habitualmente su muerte o exterminio. De ello hablamos más en concreto en nuestro último y breve apartado.

Lo fácil, lo económico, lo comercial, pero ¿lo ético?: embriones un objeto industrial

Llegado este punto es conveniente clarificar unas ideas que pueden dar luz a la hora de pensar y decidir cual es la fuente de células madre que queremos usar para nuestros estudios biomédicos o para terapias:

  • 1.- hoy por hoy es más fácil biotecnológicamente y más barato obtener células madre a partir de embriones humanos, pero esto no quiere decir que sepamos o tengamos más ciencia sobre qué son y cómo se comportan las células madre;
  • 2.- hoy por hoy la única fuente de células madre humanas totipotentes conocida es el embrión unicelular y esto supone que si queremos células totipotentes hay que ponerse a fabricar o producir embriones humanos, y obtenerlos y sacrificarlos como cosas “usables” y “comerciables”;
  • 3.- igualmente hoy por hoy parece que es más fácil obtener células madre “mas potentes” (pluripotenciales) a partir de embriones, sin embargo su utilidad médica práctica está en claro cuestionamiento por la falta de conocimiento científico que tenemos de su control que ha llevado a una falta de éxito real en su uso médico;
  • 4.- hoy por hoy la obtención de células madre a partir de embriones supone la muerte del ser humano embrión que es usado para ello, mientras que a partir de individuos adultos en ningún caso supone la muerte de ese individuo ser humano;
  • 5.- una investigación biológica seria en células madre de mamíferos no humanos es un camino honrado y loable para el avance científico real en el campo y las terapias biomédicas derivadas del uso de células madre procedentes de seres humanos adultos es también un camino concreto y factible que ya está ayudando a la medicina. Lo bueno de estas dos vías es que además son vías éticas porque respetan la dignidad del ser humano, de todo ser humano. Lo malo es que quizás estas vías no ayuden nada a aquellos que quieren hacerse ricos o famosos de modo rápido y sin escrúpulos utilizando embriones humanos. Sabemos bien que tristemente la historia está llena de quienes han querido usar y valerse de otros seres humanos para sus fines mercantilistas, y estos suelen ser los mismos que no aceptan la dignidad de otros seres humanos porque son negros, son indígenas, son minusválidos, son ancianos o son embriones.

ÓVULOS Y MUJERES SANAS

[En arguments hemos dedicado varios artículos (cfr. #162, #251 y #276) al escándalo del surcoreano Hwang Woo-Suk y su equipo: el motivo, como se sabe, es que ha habido un verdadero y vergonzoso fraude científico, en el que se han encontrado involucradas las más prestigiosas revistas científicas, como Science y Nature. Ha sido bochornoso porque todo estaba plagado de mentiras: desde el modo de obtener los óvulos para la investigación, hasta los resultados de la engañosa clonación con embriones humanos.

Algunos pretenden que sea culpable sólo el veterinario coreano, y quieren seguir recibiendo ellos las cuantiosas ayudas internacionales para esa supuesta inminente clonación humana... Pero necesitan óvulos para seguir esos trabajos y los problemas son los mismos que tuvo Hwang... En el artículo que ahora publicamos, reproducido de análisis digital (28-II-2006), el Profesor Esteban Santiago, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, centra su atención en los "negociantes de óvulos". Sirva de aviso.]

#279 Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Esteban Santiago,

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¡Señorías!, para clonar se necesitan óvulos de mujeres sanas

Poco tiempo ha hecho falta para que el artículo de Hwang, el veterinario coreano, saltara por los aires y todos sepamos ahora que lo que publicó en Science era un fraude completo. Uno de los firmantes, el norteamericano William Schatten, ha recibido también la reprimenda de sus colegas por su “research misbehavior”, su mala conducta en la investigación de ese artículo. Schatten es el que había intentado clonar monos con óvulos de hembras a los que arrancaba el núcleo y les inyectaba el núcleo de células de animales adultos. Un fallo completo tras numerosos intentos. Y después no quería quedarse fuera del intento de Hwang de conseguir esa “transferencia nuclear” a óvulos de mujeres, y firmó el artículo. Ahora también hemos sabido que Hwang entregó a Schatten hasta cuarenta mil dólares…

La tormenta estalló cuando Schatten se enteró de que Hwang había coaccionado a una de sus colaboradoras coreanas para que cediese un óvulo… Y después hemos ido sabiendo todo lo demás. En otro artículo previo de Hwang aparece la firma de J. Cibelli, otro de los investigadores metidos en este negocio de las clonaciones… Quien tenga curiosidad puede consultar pormenores de este turbio negocio en esta página de Internet.

Sorprenden las declaraciones de algunos investigadores dispuestos a “decapitar” exclusivamente al coreano. Y afirman que ahora serán ellos quienes conseguirán clonar y curar…

Las noticias hacen pensar que algunos bolsillos se han cerrado y los dineros empiezan a escasear. Alguno se alegrará de que este fraude va a complicar las cosas a los “clonadores”. Va a ser difícil que logren la clonación humana. Son muchos los detalles técnicos de la reprogramación que hay que resolver en un organismo tan complejo como el nuestro. Y si logran la clonación, serán vidas humanas destruidas…

Es curioso que a los españoles se nos ocurra, y precisamente ahora, intentar sacar adelante una “ley liberal” para abrir bolsillos y ayudar a los “negociantes de óvulos”.

Me gustaría comentar un punto relacionado también con la clonación, y que al parecer algunos pasan por alto. El intento de clonar requiere óvulos, óvulos de muchas de mujeres sanas. El Dr. Robert Steinbrook describe “este problema” con claridad en un número reciente de la revista New England Journal of Medicine (26-I-2006). Hacen falta mujeres jóvenes y sanas, dispuestas a atravesar trances duros, en ocasiones, graves; eso que los médicos llaman efectos secundarios. Alguna puede morir. Otra puede quedar estéril. Y también, como apunta ese mismo autor, puede presentarse otro riesgo nada despreciable, el síndrome de hiperestimulación ovárica… En Estados Unidos la mujer que se ofrece para “un ciclo” suele recibir entre 4000 y 5000 dólares, y bajo cuerda más. En nuestra Galicia del Noroeste, el Servicio Gallego de Salud sugiere una retribución más conservadora, ¡900 euros! Nada sabemos si estas “donadoras voluntarias”, las americanas o las españolas, firman un “consentimiento informado”, ese documento que ahora nos presentan en cualquier hospital y en el que nos hacen aceptar los riesgos de una intervención. A lo mejor, delante de ese papel, si están claros los pormenores, alguna de estas pobres mujeres se echaría para atrás.

Me atrevo a decir que es poco, muy poco, lo “positivo” que pueda salir de este negocio de las clonaciones. Por eso me parece que es éste un buen momento para defender a las mujeres y no dejarlas caer en esta torpe esclavitud.

13 marzo 2006

CONFLICTOS EN EL MATRIMONIO: ¿SE PUEDE "APRENDER" A QUERER?

[Se ha repetido con razón que la llamada ley del divorcio express ha llevado a convertir en papel mojado el matrimonio. Juristas y Pastores coinciden en esta misma valoración. La aplicación de esta ley ha facilitado que una buena parte de los casos de separación conyugal se hayan convertido inmediatamente en casos de ruptura conyugal. La posibilidad legal de lograr en breve plazo una ruptura express -"sin culpas que demostrar y sin motivos que aducir"- es indudablemente un factor generador de divorcio.

El arzobispo de Valencia, Mons. Agustín García Gasco, ha dicho: En el plano laboral puede equipararse con los denostados “contratos-basura”. En tres meses “a la calle, sin indemnización ni explicaciones”. (...) Como pastor, sé que todos los matrimonios pueden sufrir altibajos y momentos difíciles que, en muchos casos, el tiempo y la generosidad mutua, permiten superar llevando a un crecimiento personal y conyugal más profundo.

Por su parte Rafael Navarro-Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y Secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, se ha referido a lo que en Derecho de familia se llama dialéctica tramposa. En una entrevista concedida a Veritas decía: Un sistema de divorcio sin causa, recompensa el bien del individuo frente al bien común del matrimonio. (...) el nuevo marco legal apoya las tendencias que causan la ruptura del matrimonio, y no las tendencias que fomentan su unión y carácter mutuo.


Publicamos ahora un artículo del Prof. Juan Ignacio Bañares, especialmente redactado para arguments. Dice entre otras cosas: Ni la precipitación es buena consejera, ni el apasionamiento lleva al acierto: de hecho, hasta ahora se acababan reconciliando al menos un 20% de los matrimonios que se separaban. No parece que esta ley-trampolín esté pensada precisamente para favorecer la restauración de la vida conyugal y familiar.

Y más adelante comenta: Es cierto que una ley de divorcio nunca ‘obliga’, pero también lo es que es más fácil resfriarse si te obligan a vivir con las ventanas abiertas. Convivir, superar las dificultades de fuera y las crisis de dentro, supone tiempo, esfuerzo, paciencia: el matrimonio se hace en un momento; la vida conyugal se construye en ‘cada momento’. (...) Por eso se dice que la fidelidad –vivir según el compromiso adquirido- es muestra del amor –que llevó a tal compromiso-. Así, aprender a amar no es sólo –aunque no sea poco- aprender a comprometerse: es también aprender a ser fiel en toda situación.]

#278 Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Ignacio Bañares, profesor de Derecho Matrimonial y Subdirector del Instituto de Ciencias para la Familia (ICF) de la Universidad de Navarra

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Un poco de números


En las estadísticas suelen ir juntos: matrimonios, separaciones, divorcios. Según los datos disponibles, durante el año 2004 en España se contrajeron 216.000 matrimonios, se separaron 82.340 y obtuvieron la declaración de divorcio 52.591. Ciertamente la comparación de la primera cifra (216.000) con la suma de la segunda y la tercera (135.291) es relevante, pero es también relativa. Lo relevante es que la cantidad de matrimonios que se separaron o que obtuvieron el divorcio equivale al 62% del número de matrimonios celebrados en ese año. Lo relativo es que los 135.291 que se separaron o divorciaron en 2004, en sí no tienen nada que ver con el número de nuevos matrimonios: una cosa es cuántos se casan y otra cuántos interrumpen o rompen la convivencia conyugal.

En cambio las cifras sí pueden servir la comparación entre unos años y otros. En este sentido, por ejemplo, los 216.000 matrimonios contraídos en 2004 superaron los 208.000 de 2001 o los 211.500 de 2002.


La ley del “divorcio-exprés”

En cuanto a los divorcios, si bien los números se presentaban más o menos estabilizados, parece que en 2005 ha habido un incremento importante. Se entiende que la aplicación del llamado “divorcio-exprés” haya facilitado que una parte de los cónyuges separados se haya acogido enseguida a esa modalidad. Habrá que esperar algún año más para ver cómo sigue la tendencia. Pero, en cualquier caso, es claro que la posibilidad de un divorcio inmediato, sin culpas que demostrar y sin motivos que aducir, es un nuevo factor entre los generadores del divorcio. Ni la precipitación es buena consejera, ni el apasionamiento lleva al acierto: de hecho, hasta ahora se acababan reconciliando al menos un 20% de los matrimonios que se separaban. No parece que la esta ley-trampolín esté pensada precisamente para favorecer la restauración de la vida conyugal y familiar.

Es cierto que una ley de divorcio nunca ‘obliga’, pero también lo es que es más fácil resfriarse si te obligan a vivir con las ventanas abiertas. Convivir, superar las dificultades de fuera y las crisis de dentro, supone tiempo, esfuerzo, paciencia: el matrimonio se hace en un momento; la vida conyugal se construye en ‘cada momento’. Uno se convierte en cónyuge en el momento de la boda, al darse y aceptarse como esposa o esposo; uno permanece cónyuge para siempre, debiendo aprender a vivir las nuevas circunstancias desde esa perspectiva, desde esa dimensión nueva libremente asumida. Por eso se dice que la fidelidad –vivir según el compromiso adquirido- es muestra del amor –que llevó a tal compromiso-. Así, aprender a amar no es sólo –aunque no sea poco- aprender a comprometerse: es también aprender a ser fiel en toda situación.


La conyugalidad ¿No se conoce, no se puede asumir, o no se quiere vivir?

¿Por qué ahora son más las rupturas matrimoniales? Quizá los motivos de fondo no sean pocos ni sencillos: pero tal vez tengan que ver con el concepto de la libertad, del amor y de la conyugalidad misma.

Tal vez la dificultad principal de hoy, no ya para amar, sino para ‘aprender a amar’, consista en la conjunción de ciertos desenfoques antropológicos típicos y tópicos en la que se ha llamado cultura occidental posmoderna. Se trata de errores serios sobre tres temas que están en la base misma del concepto de amor conyugal: el primero consiste en la consideración de la libertad como pura opción, es decir, como el puro hecho de tener las máximas posibilidades abiertas; el segundo, en la sustitución de la búsqueda de la verdad por la aceptación del relativismo; y el tercero en la sustitución de lo bueno por lo apetecido. Fijemos brevemente la atención en cada uno de ellos.


La libertad como simple opción

En efecto, si situamos la esencia de la libertad en la mera opción, la persona es más libre en la medida en que tenga más opciones disponibles: la libertad se pone antes de la acción del sujeto e independientemente del objeto que elija. Desde esta óptica, en realidad cualquier libertad real se hace imposible. El hombre, realidad finita, debe escoger y toda elección excluye otras posibles; en consecuencia, todo acto de elegir sería precisamente una limitación de la libertad.

Llevando el razonamiento hasta el final se daría el absurdo de que la libertad mayor consistiría en no realizar ninguna elección: no podríamos movernos, porque moverse es desplazarse hacia algún sitio concreto por un itinerario determinado y eso ya significaría rechazar las demás posibilidades y por tanto limitar la propia libertad; no podríamos comer, mirar o vestir, porque siempre se come, mira o viste algo concreto; no podríamos aprender, hablar o pensar, porque también la realización de estas acciones, al limitarse a un objeto, limitaría la libertad.

La realidad es muy distinta. El hombre es un ser inacabado, histórico: cuando nace contiene nuclearmente todo lo que es, pero le es propio dirigirse por sí mismo, a través de sus acciones, a lo que contribuye a su perfeccionamiento. La libertad no es, estrictamente hablando, una facultad del ser humano, sino una característica de la voluntad. La voluntad es una potencia natural que tiende a la acción, buscando la posesión de lo que percibe como conveniente o adecuado a su plenitud. El hombre, como los demás seres animados, puede y debe obrar para alcanzar su desarrollo. La diferencia con los demás seres es que el hombre conoce intelectualmente y –en consecuencia- su voluntad no está determinada por las circunstancias del entorno, sino que las trasciende como el espíritu trasciende la materia.

El objeto de la libertad, de la voluntad libre, no consiste por tanto en el máximo de opciones de los bienes posibles, sino en pasar del bien posible al bien real a través de la elección y de su posterior ejecución: el objeto de la voluntad libre no es la posibilidad de bien, sino obtener la posesión del bien. Cuando tengo hambre, mi voluntad no busca el máximo de posibilidades ‘en potencia’ para calmar el apetito, sino hacerse con un alimento concreto y saciarse.

Si se aplica el punto de vista erróneo, se entiende la elección como limitación de la libertad, el compromiso como una negación de la libertad humana, y el compromiso definitivo como algo inconcebible, porque la irrevocabilidad de la decisión atentaría contra el sentido mismo de la libertad. Desde ese punto de vista, en la medida en que un fin abarca más realidad, ordena más medios, está más enraizado en la persona, en esa misma medida atentaría más contra su libertad, porque cancelaría de golpe más opciones posibles. La consecuencia es clara: cuando la libertad se reduce a opción, el amor –el movimiento propio de la voluntad hacia lo bueno- se reduce al goce sensible.


¿Qué es la verdad?

El segundo error consiste en la sustitución de la búsqueda de la verdad por la aceptación del relativismo. También en este caso deja de considerarse como valor el conocimiento de la realidad objetiva y se sustituye por el valor que el sujeto quiera otorgarle; es cierto que hay muchas cosas opinables, que dependen de la perspectiva con la que mira cada uno, pero también es cierto que hay realidades objetivas, que hay afirmaciones que son verdaderas y afirmaciones que son falsas.

Desde el enfoque relativista no se puede decir que esto o aquello sea verdadero, o esto más verdadero que aquello: esto será verdadero ‘para mí’, y quizá ‘falso’ para aquél. Por tanto, desde este planteamiento el mero hecho de sostener que existe una verdad objetiva supondría otro atentado a la libertad, porque pretende una imposición que limita las opciones de los demás. Aplicándolo a la actuación del hombre, ya no cabe hablar del bien o del mal, de lo bueno o lo malo, porque si la verdad no es objetiva, no pueden existir juicios absolutos. En definitiva, cuando la verdad se reduce a la opinión, el bien se reduce al propio gusto.


¿Quién crea el bien?

Queda así abierto el paso al tercer error antropológico: la sustitución de lo bueno por lo apetecido. Si yo ‘decido’ y ‘creo’ la verdad, yo también ‘decido’ y ‘creo’ el bien. En realidad, ya no se trata del bien –que siempre se refiere a algo objetivo- sino de mi voluntad, que queda como fundamento único y último de todo.

Como se ve, el fondo de estos tres planteamientos es un inmanentismo antropológico que desemboca en un individualismo absoluto. El yo es el principio y el final que se manifiesta como un depósito insaciable de derechos individuales y como un absorbedor inagotable de beneficios tangibles inmediatos.

En lo que se refiere al matrimonio, las consecuencias son implacables. Ya en la Carta a las Familias, hace ya más de diez años, Juan Pablo II advertía que el modelo antropológico de hoy “se ha alejado de la plena verdad sobre el hombre y, por consiguiente, no sabe comprender adecuadamente lo que es la verdadera entrega de las personas en el matrimonio” (n. 20). La libertad como opción impide la unidad de la persona que proporciona el fin: no cabe, por tanto, el amor, porque no cabe el compromiso. La relativización de la verdad impide cualquier referencia o anclaje de la realidad externa al propio sujeto: el valor de lo demás y de los demás dependerá, en cada momento, de mi aprecio subjetivo. La sustitución de lo bueno por lo apetecido fragmenta la dimensión sexuada de la persona humana en un calidoscopio de objetos ocasionalmente deseados.

¿Cuál es la relación entre el bien y el amor de verdad?¿Por qué hay que aprender a amar?¿Por qué no ‘sale solo’ ese don-de sí?¿Por qué es necesario el esfuerzo? Obviamente el esfuerzo es necesario porque hay dificultades. De un lado, el amor es lo más natural del ser humano, porque es su fin. De otro lado, el amor es costoso, porque no es automático, porque exige poner en orden los bienes y ejecutar ese orden, porque la secuela del pecado original y de los propios pecados desbarata ese orden incitándonos a anteponer el propio yo y porque nuestra voluntad libre es débil. Desde este punto de vista es claro que la dificultad para amar es simplemente nuestra facilidad para anteponer el yo a Dios y a los demás.

Al empezar me he referido a algunos errores antropológicos de nuestra cultura actual y que hacen difícil no ya el amor, sino comprender el mismo concepto del amor: comprender que nuestra libertad está para amar y que el amor consiste en el don. Si aquellos errores se resumían en un inmanentismo que se desborda en un individualismo cerrado, queda patente la principal dificultad: una cultura del yo, de la exaltación del yo, significa necesariamente una cultura de la ofuscación de Dios y de los demás.

Afortunadamente el contexto presentado no trata de ser una descripción de la realidad social en su conjunto, sino una explicación teórica de los errores prácticos que están produciendo en la sociedad occidental un desplazamiento radical –de raíz-, aunque muchas veces inconsciente, de las conductas y de los conceptos. Quizá tenga algo que ver con los datos de las estadísticas: pero las respuestas están siempre y sólo en las personas. Por eso creer en la libertad es optar por la confianza en el futuro.