19 mayo 2005

¿SER CONCEBIDO O SER PRODUCIDO?

[Dice la autora de este artículo: "Considero que, en buena medida, el destino de la humanidad vendrá fuertemente determinado por la respuesta a la pregunta de si el embrión humano merece ser tratado como una cosa o como un ser humano." Basta pensar un poco, no en abstracto y en plan cínico, sino reflexionando en nuestra propia gestación o en la de nuestros hijos, para llegar a la conclusión de que no es una afirmación gratuita sino precisa y ponderada: es la diferencia entre persona y cosa. Como dice Robert Spaemann: "De algo no deviene alguien. (...) Nosotros decimos 'nací tal y tal día' e incluso 'fui engendrado tal y tal día', aunque el ser que fue engendrado o nació en el momento en cuestión no decía en ese instante 'yo'. Pero no por eso decimos, sin embargo, 'aquel día nació algo de lo que procedo yo'. Ese ser era yo." También S.S. Juan Pablo II, desde su elección como Papa hasta su reciente fallecimiento, lo ha repetido con voz bien fuerte y en todos los idiomas: a gritos nos lo dijo en las calles de Madrid, en 1982. Artículo publicado en Expansión (26-V-04).]

#149 ::Vita Categoria-Eutanasia y Aborto

por Ángela Aparisi Miralles, Directora del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Navarra
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Durante siglos, los seres humanos hemos partido, más o menos conscientemente, de una concreta visión de nuestra naturaleza. Así, hemos presupuesto, entre otras cosas, que determinados elementos o procesos vitales y esenciales para nosotros, como el modo y el momento en el que comienza nuestra vida, el tiempo que permanecemos en ella, nuestro sexo o nuestra constitución genética, dependían de causas y factores que escapaban a nuestra voluntad y también, y esto es lo más importante, a las voluntades de los demás. De este modo, nuestra "dimensión temporal" y nuestra "dimensión espacial o corporal" o lo que es lo mismo, cuando comenzamos a existir en el tiempo, y como es nuestra constitución genética, no eran en ningún caso, el resultado de la decisión de otra u otras personas. Esta realidad es una garantía de nuestra libertad. De hecho, la aleatoriedad y el azar que determinan el momento en el que surge nuestro ser en el tiempo y, asimismo, que deciden nuestra corporalidad, son la mejor garantía de que nuestra más esencial libertad es respetada.

Ello, en última instancia, significa que, a diferencia de lo que ocurre con las cosas, los seres humanos somos personas. Y ello exige no ser tratado como un "producto", ni diseñado, tanto en lo temporal como en lo corporal, por una voluntad ajena. Sólo así se reconoce nuestro valor incondicionado. Esto es, en definitiva, lo que significa la dignidad humana.

Esta realidad, hasta hace poco aceptada, más o menos conscientemente, ha sido puesta en tela de juicio a raíz de la aplicación de las nuevas biotecnologías al ser humano. En la actualidad, los factores o procesos vitales esenciales a los que me vengo refiriendo, pueden ser ya predeterminados. De ese modo, nuestra "dimensión temporal" o, lo que es lo mismo, el inicio y desarrollo de nuestra trayectoria vital en el tiempo, puede ser decidida y fijada por una voluntad ajena. Asimismo, nuestra "dimensión espacial o corporal", nuestro sexo y características genéticas, ya pueden ser también predeterminados.

Nos podemos hacer, entre otras, las siguientes preguntas: ¿cuándo y cómo comenzó este proceso? ¿qué significado tiene para la persona? Con respecto a la primera pregunta, es fácil de comprender que en el origen de todos estos cambios radicales se encuentran las técnicas de reproducción artificial o fecundación in vitro. Los seres humanos ya no somos necesariamente concebidos, sino que también podemos ser producidos, tal y como sucede con los objetos. Estas nuevas tecnologías posibilitan que una voluntad ajena, en este caso la del médico o biólogo, determine el comienzo mismo de nuestra existencia temporal, lo que podríamos denominar el "punto cero" de nuestra vida. Además, la posibilidad de congelar embriones humanos, y de mantenerlos suspendidos en el tiempo, incide aún más profundamente en nuestra "dimensión temporal". De hecho, en España existen miles de embriones humanos (para algunos hasta 200.000) cuya trayectoria vital está quebrada y rota en el tiempo. La libertad radical a la que antes me refería, consistente en el respeto a la aleatoriedad y el azar que determinan el momento en el que surge nuestro ser en el tiempo, se nos es negada.

En el caso de la congelación, se podría afirmar que, de alguna manera, se nos roba nuestra biografía. Cuando alguien me congela y suspende mi proceso vital, me está quitando algo que me pertenece intrínsecamente, en virtud de mi naturaleza y de mi dignidad, mi presente y mi futuro. Todo ello, en última instancia, significa que se ha roto la simetría y reciprocidad que debe regir toda relación entre los seres humanos. Unos miembros de la especie han llegado a dominar a otros en relación a elementos y factores esenciales y vitales, negándoles, de ese modo, su dignidad.

Pero, en la actualidad, ya es posible, no sólo intervenir en la "dimensión temporal" sino, también decidir sobre la misma "dimensión espacial o corporal". Podemos elegir aquella que más responde a determinadas expectativas o deseos. De hecho, el denominado "diagnóstico preimplantatorio" puede ser entendido como una modalidad de "control de calidad" a través del cual se determina la calidad genética de un embrión. De esa manera se puede predecir, con mayor o menor probabilidad, si en el futuro seremos un individuo sano y sin problemas, o si, por el contrario, existen probabilidades de que tengamos defectos de origen genético. En el segundo caso es muy probable que nuestro destino sea la muerte.

El diagnóstico preimplantatorio, empleado en muchos procesos de fecundación in vitro, supone que, de nuevo, una decisión ajena decide sobre la continuidad de nuestro desarrollo vital y, además, sobre nuestra "dimensión espacial o corporal". Sólo podremos continuar viviendo en el caso de que nuestra constitución genética se adapte a determinados criterios de calidad. Por ello, con esta elección genética surge, de nuevo, una relación asimétrica, una especie de peculiar dominio. En virtud del mismo, alguien decide sobre qué caracteres genéticos son los más adecuados para nuestra vida y, en el caso de que no los tengamos, determina dar por finalizada nuestra trayectoria vital.

En España el diagnóstico preimplantatorio se realiza al amparo de la Ley de técnicas de reproducción asistida de 1988. Lo llamativo es que, a pesar de la gran carga eugenésica y abortiva que conlleva, ni tan siquiera ha sido objeto de debate público.

En definitiva, lo que hasta ahora nos era dado, y se entendía como fruto de la voluntad de Dios o del azar, es ya un ámbito en el que los demás pueden intervenir. De hecho, pueden tomar decisiones definitivas e irrevocables para nuestra vida. Ello, como he señalado al principio, supone, en general, la negación de la dimensión más esencial de nuestra libertad. En realidad, cuando un individuo toma por otro una determinación irreversible que afecta a su "dimensión temporal" o a su "dimensión corporal" se niega el primer presupuesto de la justicia: la igualdad y paridad ontológica entre los seres humanos. Ya no hay relación de simetría, sino de dominio, de propiedad. El ser humano dominado recibe el trato, no de persona, sino de cosa. Con ello, en definitiva, se niega su más esencial dignidad.

Frente a todo ello, considero que en la actualidad nos es imprescindible llegar a comprender el verdadero sentido de lo que está ocurriendo. Tenemos que reflexionar sobre el lugar que legítimamente corresponde a todo ser humano, sin exclusión, frente a las posibilidades que ofrece la biotecnología. Considero que, en buena medida, el destino de la humanidad vendrá fuertemente determinado por la respuesta a la pregunta de si el embrión humano merece ser tratado como una cosa o como un ser humano. Lo que estamos debatiendo es, en suma, la misma noción de naturaleza humana y el significado de su dignidad intrínseca. De la respuesta que demos a esta pregunta dependerá, en gran medida, el futuro (y el respeto) de nuestra naturaleza.

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