17 noviembre 2004

¿QUÉ ES LA BIOÉTICA?

[Este texto es parte de un libro titulado «Bioética práctica al alcance de todos», que el autor acaba de publicar (Ed. Rialp, 2004). De un modo claro y ameno expone las ideas fundamentales sobre la Bioética. Los medios hacen continua referencia a noticias y comentarios que tienen que ver con la Bioética, pero muchas veces tienen enfoques muy confusos cuando no claramente contarrios a la verdad." Si el hombre no respeta las normas éticas -dice el autor- le sucederá lo mismo que si hace caso omiso de las leyes de la gravedad y decide tirarse desde un quinto piso: se romperá los huesos. La única diferencia estriba en que la relación de causalidad de leyes causales, como la gravedad, se percibe de forma inmediata, por lo que nadie intenta vulnerarla, a menos que quiera suicidarse." Las normas éticas son de otro tipo, pero de su incumplimiento se derivan también funestas consecuencias.]

#058 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Jose Maria Pardo
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Cuando estamos en una avenida o en una plaza, vemos de cerca los coches, los árboles, las personas que pasan por allí. A la altura de la calle vemos los detalles, pero sólo captamos una pequeña parte de la ciudad.

Si subimos a lo alto de un monte, vemos la ciudad entera a nuestros pies, la abarcamos toda, pero no percibimos los detalles. Apenas distinguimos las personas y los coches. No es que hayan desaparecido, siguen estando allí, porque tienen una realidad fuera de mí, que es independiente de que yo las vea o no.

Este sencillo ejemplo pretende mostrar la complejidad de la Bioética. Es una ciencia interdisciplinar, que tiene que estar pendiente de los detalles (realidad biológica, progreso científico y tecnológico, opinión pública, estadísticas sociológico-culturales, legislación, etc), sin olvidar nunca la panorámica general (los principios rectores de la vida humana).


¿Qué es la Bioética?

Etimológicamente proviene del griego bios y ethos: «ética de la vida», la ética aplicada a la vida humana.

La Bioética es la ciencia que regula la conducta humana, el comportamiento humano en el campo de la vida y la salud, a la luz de valores y principios morales fundados en la dignidad de la persona humana.

La Bioética constituye, por eso, una fuente de principios y normas de comportamiento que iluminan la conciencia y orientan a hacer elecciones siempre respetuosas de la vida y de su dignidad. En otras palabras, lo que se propone la Bioética es dar respuestas éticas acerca de lo que se puede hacer y no se puede hacer en el campo de la vida humana. De ahí, que sea una ciencia normativa, no sólo orientativa.

El criterio ético fundamental que regula esta ciencia es el respeto al ser humano, a sus derechos inalienables, a su bien verdadero e integral: la dignidad de la persona.

El campo de la Bioética trata sobre la vida humana, la dignidad de la persona y sus bienes fundamentales; el hombre, en definitiva. De ahí, el interés por el estudio de la verdad sobre el hombre, su naturaleza y las exigencias objetivas que esta verdad presenta.

Esta íntima relación con la antropología obliga a la Bioética a interrogarse sobre cuestiones fundamentales: ¿cuál es el valor de la persona? ¿Posee el hombre una verdad propia, una dignidad y unos bienes reales que exigen un respeto incondicionado, y que, por lo mismo, señalan el sentido y límites del dominio técnico del hombre sobre el hombre? ¿Puede el ser humano reducirse enteramente a un objeto más, moralmente neutro, a mero material a la entera disposición del poder manipulador de la técnica?

De la respuesta que demos a estas preguntas dependerán las soluciones a las cuestiones particulares. La cuestión antropológica condiciona y fundamenta la solución ética sobre cada intervención técnica sobre el hombre.

De las distintas visiones sobre el ser humano, me inclino por partir de una antropología trascendente. Sin menospreciar a la razón, es más, apoyándose en ella, considero que la Revelación, la fe, ofrece el camino que garantiza la visión integral del hombre. La fundamentación última de la dignidad de la persona reside en Dios.

La persona es una realidad unitaria corpóreo-espiritual

En el Museo de Historia de Washington hay una pequeña sala dedicada «al hombre». En una de sus paredes cuelga una lámina, que representa una figura humana de 77 kilogramos de peso. Transparentes vasijas de diversos tamaños contienen los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes: 40 kilos de agua, 17 de grasa, 4 de fosfato cálcico, 1,5 de albúmina, 5 de gelatina. Otros frascos de menor capacidad corresponden a carbonato cálcico, almidón, azúcar, cloruro de sodio y de calcio, etc.

El hombre, sea político o militar, poeta, cantante, ministra o castañera, parece reducirse allí a una suma de unos cuantos elementos de la tabla de Mendeleiev. O como dice Carl Sagan, científico de la NASA, presentador y artífice de la famosa serie televisiva titulada Cosmos: «yo soy el conjunto de agua, calcio y moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva diferente».

No es de extrañar, que «el pequeño dios del mundo» –como llama el Fausto de Goethe al hombre– salga un tanto deprimido del Museo de Historia de Washington, o tras escuchar semejantes palabras del científico televisivo.

Ahora bien, ¿el hombre no es «nada más» que lo afirmado por los Sagan, los Demócritos, los Marx y demás materialistas que andan por el mundo? ¿El pensamiento y la persona, la libertad y el amor no son más que una combinación –aunque complejísima– de elementos materiales? La célebre novela del Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ¿no es más que el resultado de la combinación de letras surgida por azar, o por alguna oculta e ignota necesidad de las letras mismas? ¿No estará detrás el ingenio de una potencia misteriosa y viva, trascendente e irreductible a letras, llamada Miguel de Cervantes? Detrás de la Novena Sinfonía de Beethoven, ¿no hay más que un cúmulo de notas ordenadas por unas neuronas, que a su vez han sido ordenadas «por el azar», o más bien habrá que pensar en la existencia de un genio llamado Beethoven, irreductible a neuronas? ¿«Las Hilanderas» del Museo del Prado, no son nada más que una azarosa combinación de pigmentos o sustancias coloreadas?

¿No habrá que pensar más bien en la existencia de un genio llamado Velázquez, irreductible a pigmento, por excelente que fuera? Y detrás de Beethoven, Velázquez, Cervantes, de la gravitación universal y de la evolución de la semilla en árbol, ¿no habrá que descubrir una Sabiduría infinita y creadora?

Amplios sectores del pensamiento contemporáneo defienden un dualismo antropológico, de inspiración cartesiana, según el cual el hombre es entendido como sujeto pensante que termina relegando la corporalidad humana al mundo de lo meramente biológico, carente de significación personal. En consecuencia, la facultad generativa, en cuanto estructura biológica, estará al servicio del alma, siempre pura y noble. Así, la protagonista de «Una proposición indecente» se justifica ante su esposo del adulterio cometido, con un argumento muy en boga en nuestros días: «mi cuerpo estaba en sus brazos, pero mi corazón estaba contigo».

Según esta concepción reduccionista del ser humano, también se puede manipular la parte orgánica-biológica por el bien de la persona. No hay inconveniente alguno en utilizar la contracepción, la investigación con embriones en aras del «amor», de un fin solidario con terceros, etc.

Desde esta posición dualista, la realidad de la persona se recluye al ámbito de la conciencia, que adquiere así prioridad sobre el estatuto ontológico de la persona, sobre lo que el hombre es. Las intenciones, sentimientos y deseos priman sobre las finalidades insertas en el dinamismo natural humano. Desde semejante posición, la dignidad de la persona no constituye límite alguno para la intervención técnica en los procesos naturales que presiden la vida humana desde su inicio hasta su final.

Yo me opongo a esta visión empobrecedora de la persona humana. El ser humano no es cuerpo y alma, sino unidad sustancial de ambos. Tampoco es sólo cuerpo o sólo alma, sino unidad de ambas, totalidad unificada. La dimensión corpórea es, por eso, parte constitutiva, inherente, esencial de la persona. El cuerpo es la persona en su visibilidad. A través del cuerpo la persona se expresa y se manifiesta, ama y es amada. Por eso, todo lo que afecta al cuerpo afecta a la persona. Respetar la dignidad personal exige salvaguardar la identidad corporal.

La persona no es «algo», sino «alguien»

La criatura racional es un sujeto personal con una dignidad propia. El hombre, por el hecho de ser un sujeto personal, tiene una dignidad. No puede ser considerado, valorado, querido como una cosa, un objeto, un medio para obtener un fin; sino como un fin en sí mismo. De ahí, que el dilema que permanentemente se le presenta a la Bioética puede resumirse en la siguiente pregunta: ¿cómo hacer para que el hombre continúe siendo «sujeto», es decir, para que no se vuelva «objeto»?

Para construir un puente en la selva amazónica del Brasil necesito cortar unos árboles, juntarlos, atarlos y colocarlos sobre el caudal. En este caso, los árboles son el medio empleado para una finalidad: construir un puente sobre el caudal de un río. En el caso del hombre, esta actitud no sería aceptable desde el punto de vista ético. Recordemos lo que nos cuenta la historia sobre algunos Emperadores romanos, que para evitar que los envenenaran hacían probar la comida previamente a alguno de sus esclavos. En este caso, el esclavo era el medio para evitar el envenenamiento (fin) del Emperador.

La palabra dignidad significa fundamental y, primariamente, preeminencia, excelencia. «Digno» es aquello por lo que algo se destaca entre los otros seres en razón del valor que le es propio. Así, el oro es un material más digno que la caliza o el carbón. El hombre supera en valor a todo lo no racional, sea animal, vegetal o mineral. Los bienes de la tierra, cualquiera que sea su cualidad o cantidad, son siempre inferiores al bien que es la persona. El ser persona es el bien más estimable que posee el hombre, y el que le confiere la máxima dignidad.

La dignidad humana se fundamenta en lo que el hombre «es»

y en lo que está «llamado a ser»

¿Dónde se fundamenta la dignidad de la persona? En la libertad. La nota característica de la persona es su libertad. Esta libertad justifica la identidad, la irrepetibilidad y la insustituibilidad del ser de cada persona. La libertad hace que todos seamos distintos e insustituibles.

Dando un paso más, el fundamento último de su dignidad radica en la «ontología del ser humano», es decir, en lo que el hombre es en sí, en el hecho de que en el origen concreto de cada persona se encuentra, junto con la generación por medio de los padres, una acción creadora del alma por parte de Dios. Dios es el Autor y Señor de la vida. Cada ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 27).

Además, el hombre tiene un fin sobrenatural, una vocación divina inscrita en lo más profundo de su ser: está llamado a la comunión eterna. En cada hombre, sea adulto o embrión, enfermo o sano, hombre o mujer, existe un reflejo divino, una vida que tiende a la eternidad, a participar de la vida intratrinitaria.

«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento, pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (Gaudium et spes 19, 1).

Principios fundamentales de la Bioética

Una vez que hemos establecido qué es la persona, estamos en condiciones de enumerar los principios que deben guiar el comportamiento ético para defender y proteger la dignidad del ser humano.

La vida humana es inviolable, tiene un valor sagrado

La vida humana, hemos considerado arriba, no es la vida de un conjunto de órganos, sino la vida de una persona, que vale no por lo que tiene, sino por lo que es y está llamado a ser.

El valor absoluto de la vida humana no quiere decir valor infinito –sólo en Dios puede hablarse propiamente de infinitud–, sino valor inconmensurable, no intercambiable con otros, no sujeto a comparaciones o ponderaciones de conflicto.

Nexo Verdad-vida (naturaleza)-libertad

La vida humana está íntimamente relacionada con la Verdad y la libertad. Son, poniendo un ejemplo de la vida cotidiana, como tres eslabones de una cadena, de una pulsera. Cuando se quiebra uno, se rompe toda la cadena o la pulsera.

La ley natural, que es la misma razón humana, es la participación de la Verdad en el hombre (Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, 91, 2). De ahí, que la persona descubra su verdad en su naturaleza, en su interior. La razón, tomando como punto de partida la percepción de la finalidad de las inclinaciones grabadas en el hombre por su Creador, da a conocer a la voluntad las exigencias de los valores humanos. O dicho de otro modo, establece aquello que para el hombre es bueno y aquello que para el hombre es malo.

Muchas veces consideramos la ley natural como una imposición externa, como algo coercitivo. Nos fijamos más en el término «ley» que en «natural». ¿Por qué no debe ser así?

La ley natural conlleva una exigencia ética, una normatividad para el actuar humano, pero en tanto que dirige el comportamiento para que sea conforme a la naturaleza, para que sea un comportamiento racional, humano. Podríamos decir que es como el manual de funcionamiento de una máquina: si no se sigue, si se ignora o desprecia, se estropea la máquina. Por eso, la norma moral hay que considerarla, no como un meteorito que cae de no se sabe dónde, como una imposición sin sentido que prohibe comportamientos, sino como el actuar de acuerdo con lo que son la cosas en su objetividad, en su verdad, como el mejor camino para desarrollarse como personas.

Estas normas éticas son pautas de comportamiento por las que debe transcurrir la conducta humana. Si el hombre no respeta su cumplimiento le sucederá lo mismo que si hace caso omiso de las leyes de la gravedad y decide tirarse desde un quinto piso: se romperá los huesos. La única diferencia estriba en que la relación de causalidad de leyes causales, como la gravedad, se percibe de forma inmediata, por lo que nadie intenta vulnerarla, a menos que quiera suicidarse.

Las normas morales o éticas, por el contrario, son contingentes, es decir, de las mismas causas no se siguen siempre los mismos efectos; no se cumplen inexorablemente como la aludida ley de la gravedad: se pueden observar o quebrantar. Pero son universales, pues todos los hombres sufren con su incumplimiento las mismas consecuencias.

Jaime conduce su coche con habilidad, y los exámenes requeridos para obtener el carnet de conducir han mostrado su competencia y destreza para el manejo del volante. Un día de invierno navarro decide subir el Puerto del Perdón y descender por la ladera norte hacia Pamplona, a pesar de la nieve y el frío. La carretera es peligrosa porque la nieve se ha endurecido convirtiéndose en un cristal de hielo. Las curvas cerradas y continuas serpentean al lado del precipicio. Las señales de tráfico son numerosas y van advirtiendo e indicando al conductor las medidas que debe tomar: suelo deslizante, curva peligrosa, precaución, velocidad máxima… Y tanto más insistentes cuanto más lesivas son las consecuencias de la infracción para el propio automovilista. También es más grave la sanción jurídica, más elevada la cuantía de la multa, que puede ir acompañada de la retirada del permiso de conducir e incluso la pena de cárcel.

Jaime puede cumplir los mandatos de las normas de tráfico que, en forma de señales, le van indicando cómo actuar en beneficio propio y de otros conductores que comparten la carretera con él. Si no hace caso a ninguna, no va disminuyendo la velocidad, ni usa adecuadamente los frenos y las marchas que corresponden, lo más probable es que termine despeñándose por el precipicio y perdiendo la vida aplastado por su propio vehículo. Y lo que es más grave, que involucre a otros vehículos.

Una de las características de las normas de tráfico es que advierten con antelación suficiente al conductor para que se prepare y tome sus medidas. Las normas bioéticas son semejantes a las de circulación: indican cómo conducir con cordura la propia vida, advirtiendo de la magnitud del peligro al que se expone uno al quebrantarlas.

De la misma manera que la noche no puede ir en contra del día, si no hay día no hay noche, la libertad no puede ir en contra de la naturaleza. La libertad debe ser guiada por la razón.

La intención del sujeto no puede determinar la verdad de las cosas, mucho menos la verdad del hombre. Las cosas son lo que son, no lo que a mí me gustaría que fueran. Por eso, la libertad no es hacer lo que me da la gana, sino hacer lo que hay que hacer, porque me da la gana. Como afirma Grisez: «tenemos libertad para decidir o escoger lo que vamos a hacer. Pero no somos libres para hacer que cualquier cosa que elijamos sea buena». Ser libre significa conocer y poder elegir responsablemente hacia sí mismo y hacia los demás. En definitiva, no somos más libres cuando hacemos lo que nos apetece, sino cuando elegimos aquello que nos hace más personas.

Muchos católicos que hacen uso de métodos anticonceptivos, abortivos, de fecundación artificial, de diagnóstico preimplantatorio con perspectivas eugenésicas, etc, sostienen que no están haciendo «nada malo» puesto que están obedeciendo a los dictados de su conciencia. Después de todo, ¿no enseña la Iglesia que debemos seguir nuestra conciencia para decidir si un comportamiento es correcto o erróneo? Sí, pero suponiendo que tengamos una conciencia rectamente formada.

Debemos conformar nuestra conciencia individual con la verdad sobre el hombre, de la misma manera que ajustamos nuestros relojes con la hora solar (el horario de Greenwich). Si un reloj va demasiado rápido o demasiado lento, pronto nos dirá que es hora de acostarnos cuando está amaneciendo. Decir que debemos acomodar nuestras conciencia individual a conductas que contradicen claramente la ley de Dios sobre el hombre, es lo mismo que decir que debemos ajustar nuestras vidas al reloj, aunque nos esté diciendo que la noche es el día.

La ciencia, la técnica y el progreso están al servicio del hombre

La ciencia, la medicina, la investigación no son realidades demoniacas, fuerzas oscuras. Todo lo contrario, son necesarias, imprescindibles para el desarrollo humano. La Iglesia se alegra de los avances y progresos científicos, los alienta y los promueve. El progreso y la culminación están ligados al dominio del hombre sobre la creación (Génesis 1, 28).

Pero no cualquier forma de dominio es bueno, humano. No puede ser un dominio arbitrario y sin límites. Sólo un dominio que perfeccione al hombre, que lo humanice, será bueno (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2293). Como dice C. Rubbia, Nobel de Física, a más progreso científico, más responsabilidad: «la investigación no puede hacerse sólo con descubrimientos o inventos a lo Frankenstein: poder y responsabilidad deben caminar de la mano».

La ciencia, la técnica y el progreso están al servicio del hombre. Toman de la persona y de sus valores morales la orientación de su finalidad y el conocimiento de sus límites. Su finalidad es la defensa, protección y desarrollo de la vida humana, no su manipulación y/o eliminación. Por tanto, toda intervención que amenace la integridad o la dignidad de la persona no es humana, no es ciencia en sentido estricto, no es progreso, no es avance. Como ha dicho el Papa Juan Pablo II en alguna ocasión, el progreso científico puede convertir el mundo en un frondoso jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros.

La Bioética suministra a la ciencia y a la técnica los criterios racionales y las normas necesarias para la protección del bien integral de la persona. La Bioética puede y debe defender al hombre del hombre mismo.

No todo lo que es técnicamente posible puede considerarse moralmente admisible

Entrar en un banco, gritar con voz potente: ¡arriba las manos!, apuntar con una pistola al cajero, amordazarle, abrir la caja fuerte, meter un millón de euros en una cartera y fugarse a Singapur para disfrutarlos es técnicamente posible, pero no es lícito.

En el terreno de la vida humana ocurre algo semejante. Hay infinidad de posibilidades técnicas de actuación, pero no todas son lícitas. La licitud, ya lo hemos considerado, la determina el respeto por la dignidad de la persona.

El fin no justifica los medios

Está muy relacionado con lo expuesto hasta ahora: un fin, aunque sea bueno o muy bueno, no justifica los medios empleados. Si para evitar que aniden los pájaros en mi jardín tengo que talar todos los árboles, ¡menuda solución! El fin es bueno, evitar que los pájaros me despierten con su piar los domingos a las seis de la mañana, pero el medio empleado para ello no es razonable, tirar abajo todos los árboles del jardín, incluso los de los vecinos.

La regla de oro de la Bioética: tratar a los demás

como a uno le gustaría que le tratasen

«Cuanto queráis que los hombres os hagan a vosotros, hacedlo también a ellos». En esta frase del Evangelio de San Mateo (7, 12) se resume toda la ciencia bioética.

Hace unos días apareció en una revista universitaria un artículo titulado «¿Eutanasia? Sí, pero no a mí». Presentaba una estadística llamativa: seis de cada diez médicos españoles apoyaban en teoría que se legalizase la eutanasia, pero al mismo tiempo la mayoría no estaban dispuestos a practicarla, y en lo que casi todos coincidían es en la negativa de ser ellos los sujetos pacientes de tal actuación.

La Bioética está llamada a defender siempre la verdad de la relación de una persona con otra persona; una persona que pide ser ayudada a realizarse en sus potencialidades personales.

* * *

En resumen, serán moralmente rectas aquellas acciones que sean adecuadas con la dignidad de la persona humana.


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