24 noviembre 2004

EL PODER DE LAS PALABRAS

[El autor de este artículo hace ver que en el asunto del pretendido derecho al "matrimonio" de homosexuales --siempre desde su condición de víctimas de una sociedad "homófoba"-- lo que se da en realidad es un ataque frontal al matrimonio. Aunque el hábil uso de las palabras hace todo confuso, lo que peligra de verdad no es la libertad de algunos que son homosexuales, sino el matrimonio de todos los heterosexuales.]

#063 ::Hogar Categoria-Matrimonio y Familia

por Juan Ignacio Banares

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Cuando se habla del matrimonio entre homosexuales con frecuencia se intenta establecer una relación entre este tema y la libertad propia de la democracia, la no intervención del Estado en materia moral, el respeto a los derechos de una minoría discriminada, la no interferencia de unos ciudadanos en la vida privada de otros, el progreso y la tolerancia, etc. En consecuencia, con sólo usar estas palabras, el que piensa de otra manera queda automáticamente descalificado como antidemócrata y opuesto a la libertad, defensor de la intervención del Estado en materia religiosa, discriminador de una minoría perseguida, fisgón y entrometido en la vida de los demás, rancio, opuesto al progreso e intolerante.

Cuando se habla del matrimonio de homosexuales se plantea como si, en todo caso, se tratara de algo que sólo afecta a los homosexuales y que nadie más debería tener algo que decir al respecto: si ellos quieren, ¿por qué no?

Vayamos por partes. La democracia debe respetar las libertades: pero una cosa son las libertades y otra distinta los derechos subjetivos: yo soy libre para obtener el permiso de conducir, pero no tengo derecho a pedirlo si no quiero o no puedo hacer el examen correspondiente. Esto no es un límite a la libertad de algunos ciudadanos, sino garantizar la sustancia de la libertad de todos los demás (la seguridad vial), definiendo lo esencial de ese derecho. Tampoco se trata de una invasión del ámbito moral por parte del Estado, de una interferencia de unos en la vida privada de otros: son los homosexuales, al plantear esta cuestión, quienes pretenden para una conducta suya privada (de tipo sexual) un reconocimiento público, un trato de privilegio económico (pagado por los demás) y una equiparación jurídica. Este régimen de privilegio ¿no vulneraría el principio constitucional de igualdad respecto a otras uniones de convivencia privada con objetivos solidarios –tres primos, abuela y dos nietos, varios amigos-, por discriminación en función del uso privado del sexo? El matrimonio no tiene privilegios: lo que recibe es un trato por parte del Estado que corresponde al bien común que constituye. En efecto, una familia con padre, madre e hijos (y demás parientes), con un compromiso de estabilidad y un parentesco de origen (de consanguinidad) entre ellos, aporta a la sociedad un ámbito de recepción adecuada de los nuevos ciudadanos, una seguridad de cuidado y atención, una protección del parentesco mismo, que contribuye a estructurar la sociedad y a dar raíces a sus bases.

Tampoco es una cuestión religiosa lo que se discute aquí directamente. Se trata de si una conducta personal o costumbre privada de uso sexual tiene que ver de por sí con el bien común, con la autoridad pública, con lo que se entiende comúnmente por matrimonio. Por eso, no se trata de intolerancia con los usos personales de otros; al revés, se trata de que sigan siendo lo que son: usos y personales.

Detrás de las palabras acusadoras que hemos comentado al inicio, dichas desde una pretendida condición de víctima, curiosamente lo que se da en realidad es un ataque frontal al matrimonio. El uso de las palabras hace todo confuso: pero lo que peligra de verdad no es la libertad de algunos que son homosexuales, sino el matrimonio de todos los heterosexuales. Porque lo que se pretende no es no ser castigados por su conducta –no lo son ni lo han sido en el último cuarto de siglo- sino cambiar el concepto mismo del matrimonio y de la familia. Por eso es un tema que afecta a todos y a la sociedad misma. Por eso la agresión viene de esta propuesta. Es una verdadera paradoja que ese colectivo insista tanto en ‘respetar la diferencia de orientación sexual’ y a la vez pretenda que su unión es idéntica a la del matrimonio. No es idéntica y todos lo sabemos. Lo que se busca al final es sustituir la institución del matrimonio y la familia por otra distinta: pero en el fondo pertenece al sentido común reconocer que la complementariedad de la mujer y el varón es particular (si no, por qué dos seres distintos), que la conyugalidad no es una simple suma de sexo y afectos, y que la familia no es un simple agregado de individuos que habitan juntos.

No son cuestiones de nombres, de palabras: es cuestión de diferencias verdaderas en la vida real. Por eso no es injusto tratar diferentemente a lo distinto: a lo privado, como privado; a lo sexual, como sexual; a lo que pertenece al bien común, como a algo de ámbito público. Cuando no se distingue, se confunde. De ahí otra paradoja actual: se reclaman los efectos del matrimonio para las uniones de hecho (como si hubiera conyugalidad) y se quiere imponer a la vez a todos los matrimonios los defectos de las uniones de hecho (aumentando la fragilidad de su estabilidad a base de facilitar cada vez más la posibilidad de ruptura).
No. No son víctimas, porque nadie les persigue. Hay un número de ciudadanos que hablan de libertades, derechos y discriminaciones y a la vez son ellos quienes pretenden atentar contra el matrimonio, quienes se han propuesto “luchar por el matrimonio del mismo sexo y sus beneficios y, entonces, una vez garantizado, redefinir la institución del matrimonio completamente, (...) alterar radicalmente una institución arcaica (...). La acción más subversiva que pueden emprender los gays y las lesbianas (...) es transformar por completo la noción de familia”. Lo que transcribo entre comillas no son palabras de acusación gratuita de un fanático que ve enemigos por todas partes: es la declaración de intenciones formulada por un conocido activista homosexual, hace ya diez años. En agosto de 2003, el punto de mira no había cambiado. Un compañero del mismo colectivo insistía: “Ser homosexual es más que poner casa, dormir con una persona del mismo sexo y buscar la aprobación del Estado sobre esto... Ser homosexual significa dar un empujón a los parámetros del sexo, la sexualidad y la familia; y, en este proceso, transformar la misma ‘fábrica’ de la sociedad... Debemos mantener nuestra mirada en los objetivos de suministrar verdaderas alternativas al matrimonio y reordenar radicalmente la visión de la realidad que tiene la sociedad”. ¿Por qué esa fobia al matrimonio heterosexual? ¿Se nos permite, al menos, defenderlo?

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